Anoche volví a verte, bailando con el mismo hombre de cada viernes, y cómo cada viernes, no pude hacer otra cosa que echarte miradas disimuladas, llenas de vicio. Tu manera de moverte en la pista me ha vuelto loco desde el primer momento en que te ví y no pasa una noche sin que te imagine a mi lado, bailando, abrazándote, sintiendo tu cuerpo junto al mío. Pero ayer fue distinto, estaba lleno de energía, de seguridad, sabía que era en ese momento o ya no iba a ser. Así que cuando te sentaste me acerqué a ti, para ofrecerte un cigarro a la luz de la luna, fumando el aire de la calle. Cómo la dama que eres aceptaste, sin vacilar, no podía ser de otro modo, y acabé siguiéndote hacia la puerta del local.
Te apoyaste contra la pared, despreocupada, sin nada que perder. Encendí un cigarro y te lo ofrecí, pero tú, segura de tí, lo rechazaste y cogiste el paquete de mis manos, sacaste uno y te lo encendiste tú misma, mirándome con esos ojos que perforaban mi piel. Ni recuerdo de qué hablamos, sólo sé que al terminar de fumar aceptaste bailar conmigo. Bajamos de nuevo, ésta vez no te seguía cómo al salir, sino que me llevabas de tu mano, y yo como un crío, detrás, sin rechistar.
Bailamos hasta que cerraron las puertas del local, y mientras salimos te susurro que quiero amanecer en tu cama. Sonríes, pícara, sabes que te leo el pensamiento, y te divierte. Vamos paseando, sin rozarnos, hablando tranquilamente de cualquier cosa, admirando la forma de bailar del otro, hasta que te paras:
-Es aquí. Espera cinco minutos y sube, dejo la puerta abierta.
Me besas fugazmente y marchas. Te veo subir las escaleras, coqueta, moviéndote como una gata. Me apoyo contra la pared y me dedico a observar: aún hay gente paseando, parejas que caminan cogidas de la mano, hablando de cualquier cosa. A algunos les brillan los ojos, para otros no ha sido una buena noche. Hay quién camina con los ojos perdidos, otros con la vida perdida, se han dejado abandonar al tiempo y a la calle... Me dedico a mirar la luna, pero la confundo con las farolas, están más cerca. Es la hora, entro en el portal.
No sé a que piso voy, así que empiezo a subir por las escaleras en vez de coger el ascensor, quieres hacerte la dura. Está bien, vamos a jugar. Sigo subiendo hasta que veo una puerta entreabierta, de la que se escapa un halo de luz. Entro. Tienes un piso precioso, al menos lo que se ve desde la puerta. Oigo tu voz, la sigo y llego al salón. Estás sentada, fumando, sobre el sofá. Las cortinas están echadas. Me ofreces asiento y una copa, acabamos abrazados, besándonos, las copas medio llenas sobre la mesilla. Nos desnudando, sin prisas, tenemos todo el tiempo del mundo. Al final te levantas y empiezas a andar, te sigo, llegamos a la habitación y ahí lo terminamos.
No sé si han pasado horas o segundos, no soy consciente del tiempo, pero nos quedamos dormidos.
Me despierto y la luz del día llena la habitación de brillo. Sigues dormida, te beso y me pongo los pantalones y la camisa, de cualquier manera. Unos zapatos, cojo la cartera y bajo a la calle. Barcelona está totalmente despierta ya, rebosante de actividad. Primero la panadería, compro el desayuno. Luego en un bar pido cafés para llevar y saco más tabaco de la máquina. Finalmente, compro unas flores en el quiosco de la esquina y vuelvo a subir. Ahí estás tú, apoyada en la cama, despierta, y mirando hacia la puerta, esperando verme entrar. Dejo el desayuno sobre una mesilla y te doy las flores, me quito los zapatos y la camisa y me siento a tu lado. Desayunamos entre besos y risas. Luego una ducha acompañados, para que la cara de sueño se nos vaya. Nos vestimos y me echas:
-Marcha ya, Juan, no querrás llegar tarde a tu clase, tendrás a los niños esperando.
No hay despedida, el próximo viernes volveremos a vernos, como ya es tradición. Te beso antes de salir, doy media vuelta y bajo las escaleras. Una vez en la calle miro hacia tu balcón, y ahí estás tú, sonriéndome.
Lo dicho, toda una dama.