Arturo Pérez-Reverte, antes de ser el escritor y lingüista conocido que es hoy, fue reportero en guerra. De esas experiencias nos habla en su libro Territorio Comanche. No es una obra autobiográfica, ni siquiera queda claro que sea real. Pero fácilmente podría serlo.
En él nos encontramos una serie de anécdotas, enlazadas entre sí por sus autores, reporteros en guerra, que las recuerdan mientras esperan para conseguir ese momento en el que imagen e historia se unen para tocar el alma y la fibra de aquellos que verán y escucharán las noticias sentados en casa, a salvo, durante la noche, creyendo que sabrán todo de la guerra pues la han visto por televisión...
Esa espera se desarrolla en territorio comanche:
Para un reportero en una guerra, ése es el lugar donde el instinto te dice que pares el coche y des media vuelta; donde siempre parece a punto de anochecer y caminas pegado a las paredes, hacia los tiros que suenan a lo lejos, mientras escuchas el ruido de tus pasos sobre los cristales rotos. Territorio comanche es allí donde oyes crujir bajo tus botas, y aunque no ves a nadie, sabes que te están mirando. Donde no ves los fusiles, pero los fusiles sí te ven a ti.La angustia de no saber qué va pasar, de pensar en todo lo que puede ocurrir sin saber si servirá de algo pues tal vez no lleguen a la emisión, recordar anécdotas, sin mediar palabra, sabiendo que el otro está pensando en lo mismo pues ya son años trabajando juntos, cuerpo a cuerpo, en guerras habidas por todo el mundo. Recordando a compañeros que no llegaron a tiempo a la emisión, gente que no sabe por qué está en medio de esos peligros y que no quiere morir, pero que sabe que de otra manera no podría vivir... Todo pasa mientras esperan grabar la posible demolición de un puente que significará cortar el camino, evitar la vuelta atrás.
Cómo no tengo mucho más que comentar, dejo aquí escritos varios trozos que me parecieron poéticos, intensos, remarcables... No tienen ningún nexo de unión entre ellos, leedlos por separado, sin pensar en causas y consecuencias.
Era su primer conflicto bélico y se lo tomaba todo muy a pecho porque aún vivía esa edad en que un periodista cree en buenos y malos, y se enamora de las causas perdidas, las mujeres y las guerras. Era valiente, orgulloso y cortés: nunca le pedía nada a nadie, hablaba a todo el mundo de usted y era muy cuidadoso con el lenguaje.
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A veces, pensó mientras se alejaba con la mirada del hombre y los críos fija en su espalda, resulta una suerte no tener familia, ni nadie de quien preocuparse en el mundo. De esa forma uno puede salvarse, matar, morir o reventar en paz.
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De todos modos, aquel sótano ya lo habían filmado cien veces en cien lugares distintos, y también era siempre el mismo, como las casas en llamas y los muertos que se parecían a Sexsymbol: una madre acurrucada en un rincón, estrechando a dos críos aterrorizados. Una anciana medio inválida con la mirada ausente, absorta en las aguas negras de su pasado, más allá del bien y del mal. Y un hombre con esa tonalidad grasienta, gris, que el miedo da a la piel. Un hombre humillado, confuso, incapaz de hacer nada por los suyos.
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Miró la vaca muerta y luego su propio rostro en el reflejo de un cristal roto por la explosión, que aún se mantenía unido al marco de la ventana, y se dirigió a sí mismo una mueca. El horror puede vivirse o ser mostrado, pero no puede comunicarse jamás. La gente cree que el colmo de la guerra son los muertos, las tripas y la sangre. Pero el horror es algo tan simple como la mirada de un niño, o el vacío en la expresión de un soldado al que van a fusilar. O los ojos de un perro abandonado y solo que te sigue cojeando entre las ruinas, con la pata rota de un balazo, y al que dejas atrás caminando deprisa, avergonzado, porque no tienes valor para pegarle un tiro.No sé por qué, pero cuando leo estas obras, me encantaría saber de fotografía, ser bueno con la cámara de vídeo, poder escribir bien y mucho más allá de un blog.
Si a alguien le apetece leerlo, pero le da pereza o tiene demasiado que leer, hacer, lo que sea, diré que aún siendo una obra intensa, es muy corta y se puede leer en dos o tres sentadas -incluso en una-, sin agobios. Y además, está en edición de bolsillo por menos de 7 euros.
Personalmente, a mí me ha gustado, pero es demasiado intenso como para quedarme con la opinión de haberlo leido una sola vez. Por lo que habrá releida, pero más adelante.