sábado, 29 de marzo de 2008

Relato finalista del I Certamen de Relato BDSM celebrado en 'La Otra Barcelona'

Seguimos con los relatos :)

Hace un tiempo le ofrecí este blog a una amiga para que se publicaran los relatos presentados en un certamen que se celebró en un sim de SecondLife® del que ella forma parte. Meses después, y antes de que se me olvide, los publico.

Son relatos semi-eróticos y forman parte del mundo sadomasoquista. El que aquí sigue es el relato finalista.
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Relato finalista del I CERTAMEN “PREMIO “LOB” DE RELATO BDSM”

Autor: Adira Allen

La leona

Estaba en la puerta de aquel local alternativo y una mezcla de miedo y excitación me dejó temporalmente paralizada en la puerta. El decidirme a venir aquí había sido una de esas locuras que suelo hacer cuando en mi vida no tengo adrenalina suficiente. No tenía en aquel momento pareja, e incluso podría añadir que había acabado algo “quemada” de los hombres desde mi último ligue: Un compañero de trabajo mujeriego y engreído que después fue vanagloriándose de haberme “pasado por la piedra”. ¡Vaya semana de bochorno pasé! Iba a decir que era tonta pensando que el verdadero amor aún existía… ¿Pero estaba siquiera enamorada de aquel tipo? Si lo meditaba fríamente había sido yo tan frívola como él, y me decía a mi misma que había llegado el momento de asumir mis propios actos y dejar de ir de víctima por la vida. Y justo entonces sale el tema la profesora de infantil que es lesbiana, y del sitio nuevo que abrieron en la calle Roses dónde iban la gente con sexualidad “diferente”… ¡Y como no! Ahí estaba yo a vivir nuevas experiencias, aunque ahora, pelada de frío por llevar el vestidito tan ligero e ir sin medias, me arrepentía. Un guardia de seguridad con pendientes y aspecto de pocos amigos me miró estudiando si era una fisgona a la que alejar. Compuse mi andar de “aquí vengo yo todos los días” y con un quedo buenas entré al reciento sin mirarle a los ojos. La entrada daba a una escalera que se hundía en las entrañas de un color violeta y negro moderno. Pequeñas luces lograban que no te mataras bajando en la oscuridad. Un fuerte sonido de música gótica moderna y el humo de muchos cigarrillos te saludaban al adentrarte en el disco pub. Había bastante gente sin llegar a ser agobiante (por eso había procurado no ir muy pronto, para pasar desapercibida). Me senté en un taburete alto junto a la barra como si fuera un salvavidas en una tormenta, y pedí el cubata habitual mientras comenzaba a estudiar los rostros que me rodeaban. En principio no reconocí a nadie, y aunque dirigían miradas curiosas a los recién llegados, demasiado pronto deje de ser tema de interés: Bueno, me hacía estar más cómoda pero a la vez me sentía fea y fuera de sitio. ¿Es que no gustaría a ninguna chica? Como el plan de pasar sola y a la media hora de haber entrado junto al segurata no me hacía gracia (ya imaginaba la sonrisita), después del primer cubata vinieron dos más. Algo de música debí reconocer además de haber llegado a ese punto que da igual que te miren, lo cierto es que acabé bailando más o menos eróticamente, o a mi me lo parecía. (Después me dirían que parecía que me iba a caer de borracha). Un poco después bailaba a mi lado una mujer espectacular, con vestido ceñido en dorado y el pelo leonino como me gustaría que me quedara a mí. Miento si dijera que me atraía: ¡Más bien quería ser yo así! Pero en donde estábamos y con varias copas, me excitó la idea de acariciarla. Una hora después me llevaba a mi casa. El alcohol me dio tanta soltura que la invité a que subiera. Me sentía algo patosa por la borrachera, pero juro que puse de mi parte para acariciar dónde creía que le gustaba, y me dediqué a besar y lamerle cuello y pezones. Ella se separó y se me limitó a ordenarme que durmiera un poco. Creo que le hice caso porque no recuerdo más. El fin de semana siguiente volví al local. Había pasado la semana pensando en aquel encuentro, deseando saber qué hubiera pasado… ¡Bueno y demostrar que no era una idiota borracha a aquella mujer!. Pasé junto al segurata con paso firme, aunque esta vez no dignó a mirarme. Mi lugar en la barra estaba vacío y aproveche a pedir algo más light que la otra vez y buscar a mi alrededor a la chica (de la cual, por cierto, ni sabía el
nombre). El alma se me vino a los pies cuando la vi morreándose en un reservado con una rubia. Creo que se dio cuenta de que la miraba porque se apartó de ella, pero yo fingí no haberla visto y estar interesada en el dibujo de las luces de neón en la pista. Poco después sentí su cuerpo a mi lado. - Vaya, me alegra verte más recuperada – dijo sonriendo. Me volví con la tranquilidad de que los colores no se verían en la penumbra. - Si, parece que no me sentaron muy bien los cubatas de garrafón – y me reí a mi vez. - No ponen aquí licor malo – me repuso muy seria. Esta vez sí me sentí cortada. - Bueno… no he querido decir… - ¡Que es broma! – estalló en carcajadas.- ¡No te pongas tan seria! Logré sonreír aliviada. Me empezaba a gustar aquella mujer de aspecto llamativo y sensual, con esa sonrisa tan franca y buen sentido del humor. Estuvimos charlando un buen rato. Era agradable encontrar alguien que no se escandalizaba de tus gustos, de tus experiencias locas, y que a su vez compartía contigo las tuyas. Dos horas después estábamos en mi casa de nuevo, esta vez sin alcohol. De pie, junto a la cama, comenzamos a explorar nuestros cuerpos tímidamente. Ella cogía las riendas enseguida, besándome el cuello, la oreja, acariciando mientras mi pezón bajo el top de raso… Yo gemía de placer. Sus manos pronto alcanzaron los dos pezones y comenzó un ritmo de pellizcar y acariciarlos que me volvía loca. Mucho más torpe, intenté hacer lo mismo pero aparto mis manos con suavidad. Ella quería hacerme sentir, disfrutar, volverme loca. Busqué a tientas su tanga y ya estaba húmedo. Le acaricié el clítoris por encima del tanga, y ahora gimió ella de placer. Eso me estimuló a seguir, mientras ella apretaba mis nalgas y me las abría haciéndome daño. Disfrutaba. Hasta el dolor que me causaba me estimulaba y me humedecía. Ella parecía a punto de correrse cuando con sus dedos penetró de golpe mi vagina. Me hicieron daño sus uñas, pero rápidamente masajeó hacia el clítoris y comencé a correrme… No pude seguir haciendo nada, solo dejarme llevar por la oleada de placer que me embargaba. De golpe ella paró. - ¿Te estas corriendo ya? - Sii… - acerté a balbucear sin saber por qué paraba. - ¡Eres muy puta! Basta. – Se separó de mí, recogió sus cosas y se marchó. Me sentí fatal. No sabía que había hecho mal. Los siguientes días me debatía entre la vergüenza, el deseo de sentirla de nuevo, y el cabreo por irse así. El siguiente viernes noche me acerqué de nuevo al local. Me había arreglado como si fuera mi primera cita, con ropa interior de raso y encaje negro y un vestido ceñidito que esperaba atrajera más de una miradas. Efectivamente, algunas personas miraron, otras se acercaron a charlar, pero ella no estaba. Me di cuenta de que todavía no sabía su nombre, a pesar de haber estado íntimamente juntas, y también de que deseaba verla. Me volví a mi casa sintiéndome cansada y algo sucia. Había pasado un mes de aquello, y algún que otro día me había dejado caer por el local. Me surgieron propuestas y empecé a tener conocidas en el pub, pero no me animé a iniciar nada de nuevo. Dejé que mis fantasías con Ella me llenaran, y me sumergí en mi trabajo un poco más. Aquella mañana me tocaban tutorías y después las visitas de los padres. Daba clases de matemáticas a varios cursos, y era tutora de los alumnos de 5º de la ESO. Las tutorías marcharon como siempre, con alumnos poco motivados a los que intentaba inculcar ilusión por ser alguien el día de mañana. Las visitas de los padres
solían ser conflictivas. Los padres siempre excusaban que sus hijos fueran mal con la mala educación que recibían, y yo tenía que hacerles ver que el niño estaba intentando llamar la atención porque algo no funcionaba en casa. El primer padre era un completo ególatra machista que consideraba que una tutora no tenía suficiente capacidad de educar a su hijo. No dejé que me afectara. Ahora esperaba a los padres de una de mis alumnas más brillantes, aunque últimamente había bajado el rendimiento en mi asignatura. Aún sin ser preocupante (seguía siendo la mejor de la clase), consideré que no estaba de más comprobar que el problema no era serio y que no iba a ir a más. Levanté la cabeza al comprobar que me saludaba una voz conocida. - Hola, muy buenas. Debes ser la tutora de Miriam… - dijo acercándose con la mano extendida para saludarme. - Hola.. Muy buenas. – logré reaccionar a tiempo. Me quedé medio levantada mientras Ella se acomodaba en un sillón delante de mí. Llevaba un precioso traje rojo con chaquetón negro, medias finas y unos Sacha London de tacón elevadísimo. El perfume de CK que conocía bien inundó mis sentidos. Cruzó las piernas por delante con naturalidad, y me di cuenta de que a mi me sudaban las manos y estaba ya húmeda. - Bueno, recibí el recado de que quería hablar conmigo.- dijo mirándome con serenidad a los ojos. No hizo ninguna señal de reconocerme. Suspiré con cierto alivio e intenté controlar mi temblor al hablar con ella. – La niña va bien, ¿no? - Oh, sí, sí – me apresuré a responder recuperando el poco control de mi misma que me quedaba. – Miriam es la mejor en mis clases, y según tengo entendido en prácticamente todas las demás. Por eso mismo,.. – ella sonreía con indiferencia y parecía seguir mi explicación atenta - … cuando he observado que bajaba algo el rendimiento he preferido comprobar que no había algún problema que pudiera ser grave en el futuro. – Logré articular y adoptando una postura algo envarada en mi silla la miré a mi vez también a los ojos. - ¡Ah, bueno!- sonrió ampliamente – ¡Es eso! Me alegro de que no sea nada más grave.- se humedeció los labios con la lengua – Es cosa mía, lo siento. Le dije a Miriam que aflojara el ritmo, que realizara actividades divertidas al salir de clase algunos días, porque últimamente solo estudiaba y estudiaba. La verdad es que últimamente la veo más feliz… Creo que todos debemos tener tiempo de esparcimiento, ¿no? – terminó mirándome triunfalmente. Noté que la garganta se me secaba. - Si, si, claro. Y efectivamente, puede que ahora que lo comenta la vea más feliz, y charlar más con los amigos. - De todas maneras, si viera que ese “relajamiento” es excesivo y amenazara sus notas, hágamelo saber. Hablaría con ella. – Añadido levantándose y dando la charla por terminada. Yo no sabía que añadir. - Si, claro, no se preocupe. Igual que ahora la he avisado, ante lo más mínimo volvería a llamarla. Creo que no tengo su teléfono… - añadí rebuscando en mis papeles. Había mandado el recado a través de Miriam para concertar aquella cita. - Tenga – dijo pasándome una tarjeta. En ella se leía su nombre, Helena Martinez Donoso, con la dirección de un conocido bufete de abogados de la ciudad. Se dirigía hacia la puerta cuando se volvió y con un ligero cambio en su mirada me dijo en tono imperativo – Y mañana a las siete espero verla yo a usted en esa dirección – dijo señalando la tarjeta tras lo cual se volvió y se marchó.
Me quedé helada. ¿Era porque me había reconocido? Citarme en su bufete no podía ser nada íntimo. ¿Me amenazaría con algo? Tampoco creo que hubiera cometido ninguna infracción por haber salido con ella… El día siguiente pasó vertiginosamente. No me sentía yo misma. Llamé varias veces para intentar hablar con ella, incluso posponer la cita, pero una imperturbable secretaria me decía que era importante que acudiera y que estaba reunida en aquellos momentos. A las siete de la tarde me acerqué. Me encontraba más nerviosa que la primera vez que me acerqué al local de moda, y no había podido evitar revolver en mi armario y ponerme un conjunto interior sexy. Fantaseaba en secreto con que me abrazara, me envolviera en sus brazos y sobre el sofá de su oficina (¡yo ya imaginaba hasta un sofá!) me hiciera el amor… Una chica delgada, sencillamente vestida, de unos veintitantos años me condujo a la sala de espera. En las paredes, elegantes serigrafías de autores contemporáneos conferían un aire de discreta elegancia que rezumaba dinero. Tras media hora de dar vueltas como un tigre enjaulado me decidí a ojear las revistas financieras sobre los mullidos sillones de blancos. Casi dos horas después me levanté dispuesta a irme. Me sentía idiota esperando una cita que no había concertado con alguien que solo había sido una aventura momentánea. Como si me vigilaran con una cámara oculta la secretaria apareció en la puerta de la sala: - La Señora Helena Ha terminado su última cita y puede recibirla ahora - ¡Ya era hora!- bufé dando rienda a mi enfado.- ¡Si no podía atenderme que lo hubiera dicho! La secretaria se limitó a fruncir los labios y pareció ir a decir algo. Cambió de idea y dándose la vuelta me condujo hacia el despacho de Ella, al final de un pequeño hall enmoquetado. Se hizo a un lado cediéndome el paso. Una vez dentro sentí un nudo en la garganta y mi enfado se esfumó como por arte de magia. - Pasa, pasa cielo.- Me hizo un ademán Helena de que entrara. Llevaba un conjunto ejecutivo azul oscuro con camisa de blanca estilo mao en seda que realzaba su hermoso cuello. - ¿Te apetece beber algo? - Bueno… No sé. Una coca cola. – Parecía una colegiala. Ella hizo una seña a la secretaria que desapareció por bebidas. - No sé exactamente por qué… - Comencé a decir, pero ella me cortó. - No nos andemos por las ramas.- contestó secamente.- La última vez que nos vimos me demostraste que tienes poco dominio de ti misma.- No pude evitar sentirme como si hubiera hecho algo mal. Ella tenía ese efecto sobre mí. Hubiera querido gritarle que de qué iba y sin embargo permanecí allí parada mientras la chica joven depositaba un vaso con algo mas que coca cola en mi mano – Al verte de nuevo y ver lo mucho que me deseabas… - me miró fijamente y mis mejillas se encendieron - … He decidido darte otra oportunidad. Mientras hablaba la secretaria le había acercado una copa, y ella se había desabrochado la chaqueta y la blusa. Sus pechos parecían buscar aire desde el escueto sujetador negro. Salió de detrás de su mesa de despacho y se acomodó frente a mi sobre su filo. - Llevo un día infernal y necesito relajarme – Continuó dirigiéndose a la jovencita. Esta sonrió y se apresuró a acercarse y descalzarla. Lleva unos preciosos zapatos de charol negro que dejaron al descubierto los pies enfundados en las medias. La chica se arrodilló y cogiendo uno de sus pies en sus manos los masajeaba y lamía. Me revolví incomoda. Estaba azorada y sentía que sobrara en aquella escena íntima. Pero a la vez me excitaba y deseaba participar. Sin embargo me limité a beber un enorme trago de la copa que tenía entre las manos.
Helena subió sobre la mesa, se acomodó sobre un brazo y permitió que la chica continuara con el otro pie. Bebía con calma, cerraba los ojos, saboreaba al bebida en su boca… dejando esta a un lado comenzó a levantarse la falda con una de sus manos y la metió en el tanga negro que dejó a la vista. - Hummm… Vaya creo que estoy bastante excitada aunque no suficientemente húmeda… - golpeó con el pie libre la mejilla de la chica, llamando su atención – ¡No estoy húmeda perrita! - Lo siento mi Ama – se apresuró a responder mientras dirigió su boca hacia el tanga de Helena. Ella hundió su rostro entre sus muslos bruscamente agarrándola del pelo. - ¡Lame y dame placer perrita! Tu sabes como relajarme.. – le dijo mientras parecía perderse en un momento de éxtasis. Me sentía una fisgona, alguien de quien se habían olvidado y que debería haberse ido tiempo atrás. ¡Pero la escena me parecía tan surrealista, tan excitante y la vez tan imposible! Sentía raro eso de que la llamara perrita, de que la manejara como si tal cosa y la otra lo consintiera. Pensé que abusaba de ser la jefa, que se aprovechaba de ella, pero a la vez tampoco hacía nada por impedir aquella situación. Un remolino de pensamientos se formó en mi cabeza, pero debajo mi sexo comenzaba a lubricarse. - ¿Y tu qué? – de repente pareció recordar que yo estaba en al habitación - ¿No vas a hacer nada? – Apartó a la chica y me miró interrogativamente. - Creo que debo irme... – comencé a decir incorporándome. - ¿Eres estúpida o te lo haces??- dijo levantándose de mal humor. Se dirigió al ventanal dándome la espalda – Jill, creo que esta zorrita necesita que le enseñen buenos modelas. - No consiento que… - comencé enfadada. Un bofetón me calló de golpe. Jill, la secretaria, tenía más fuerza de la que aparentaba. Condoliéndome del tortazo y con las lágrimas en los ojos, Jill me maniató las manos detrás sin darme tiempo a reaccionar. Con mirada severa se plantó delante de mí abriendo la blusa y sacando mis pechos del sujetador con maestría. Comenzó a retorcerme los pezones dolorosamente, mientras su cara exhibía una secreta satisfacción. - ¡Ahhh! – grité sin pensar, cuando otro tortazo me calló de golpe. Las lagrimas fluyeron esta vez solas. - ¿Eres ahora también una llorica? – la voz aguda de Jill me hirió, y riéndose en mi cara continuó. Podría haber salido corriendo, (aunque enseñando los pechos y maniatada parecería cómico aparecer en la calle) pero secretamente esperaba que Helena apartara a aquella víbora de mí y le pateara el culo. Jill continuó aplicando el castigo, y yo me retorcía llorando casi en el suelo sin despegar los labios. Quizás solo habían pasado 5 o 6 minutos pero a mi me pareció una eternidad. Lloraba doblada sobre mi misma en el suelo con un dolor intenso en los pezones. Helena ni se había dignado a darse la vuelta mientras me aplicaban el castigo. - ¡Basta! – la voz de Helena la cortó de golpe. Se volvió y acercándose a mi me incorporó con ternura. Secó con sus manos mis mejillas y comenzó a lamer con suavidad mis pezones. Estos fueron recuperándose y a los pocos minutos estaba erectos y yo gemía (pero esta vez de placer). Sabía combinar hábilmente los momentos de dolor con los de ternura, sabía tocarme, y había logrado que la deseara con fuerza. Volvió a dedicarse a mi cuello, a mi oreja y a mis labios. Cuando había olvidado el castigo recibido se separó de mí. Me hizo arrodillarme delate de ella y con suavidad pero con firmeza me condujo hasta su sexo.
- Lame.- fue su única palabra y sin embargo como un resorte la obedecí prontamente. Mi lengua se hizo camino bajo su tanga y empezó a lamer los jugos que encontraba. Su olor algo acre y su sabor agridulce se me antojaron el manjar más deseable, y deseé masturbarme y correrme. Como permanecía atada y algo incómoda en esa posición, no pude evitar removerme inquieta. - ¿Estas ya suficientemente caliente zorrita? ¿Ya quieres correrte?- me espetó Helena. - Sí, ¡siii! – articulé entre lamida y lamida. - ¿Sí…qué??- pero no sabía que quería decir. Un buen tortazo, esta vez propinado por su mano me hizo reaccionar. - Sí por favor – musité - ¿Crees que por que me lo pidas por favor te dejaré correrte? ¡Y quiero que me digas Señora!! - Perdón…. Sí señora.. ¿Me permite correrme? – dije entrecortadamente y sin poder evitar desearla cada vez más. Aunque me trataba con dureza a la vez notaba la conexión: Ella no quería dejarme, ella me deseaba tanto o más como yo. Permanecía agarrándome por la barbilla pero con su cuerpo rozando el mío. - Vas a demostrarme si merece la pena que haga esfuerzos contigo. No te correrás, y sin embargo harás que se corra mi secretaria que sí ha sabido relajarme. Se alejó y se recostó en su sillón de oficina. Indicó a Jill que se acostara boca arriba delante mía y aunque dudé un poco por lo incómoda que ya estaba decidí que siempre podría masturbarme en casa. Hundí mi cara entre sus muslos y busqué su clítoris. No llevaba bragas. Eso me excitó y aunque el sabor era menos deseable que el de Helena me apliqué con placer. A los cinco minutos un sonoro gemido y ciertos movimientos convulsivos dieron a entender que se había corrido en mi boca. Seguí un rato más como secreta venganza por lo de antes, ya que observé que una vez se había corrido le costaba aguantar las embestidas de mi lengua. Helena me apartó tirándome del pelo con suavidad y cuando creía que me iba a desatar me había colocado una especie de semiplano metálico en sobre mi vagina. - Y como aún no me fió de que una zorra caliente como tú sepa contenerse, llevarás este dispositivo de mi invención esta semana. El sábado iré a tu casa. En ese momento me soltó las manos. Cabizbaja e intentando disimular mi excitación me acabé de vestir y salí murmurando un gracias. Ella me hizo volver. - Nunca más te despidas así – dijo en un tono bajo y seco. - ¡de rodillas y besándome los pies! – acabó casi con un grito. La obedecía al instante. Me fui un poco más hundida si cabía, porque no parecía que a Helena hubiera logado complacerla. En casa comprobé que el dispositivo parecía un cinturón de castidad. Llevaba incorporada un reborde que se clavaba constantemente en mi clítoris lo que provocaba que lo llevara húmedo y me escociera. Además, al orinar me calaba entera. Tuve que llevar mudas extra para el trabajo. Eso sí: No había manera de quitarlo sin una pequeña llave que se insertaba en un resorte a la altura de mis lumbares. Por las noches lo pasaba fatal: O estaba excitada y nerviosa o cabreada con ella por ponerme aquello. Pero aguanté estoicamente esperando que el sábado acabara aquella cruel tortura. Por fin llegó el sábado. Aquella semana se me había antojado eterna, y esa excitación insatisfecha todavía me ataba más a Ella. Se presentó a las seis de la tarde
llevando un vestido en seda estampado corto que realzaba sus pechos y sus caderas. Llevaba el pelo cobrizo con enromes ondas que le conferían el aspecto de una leona majestuosa. Estaba radiante. - ¡He traído de todo para una fiesta de chicas! – comenzó a tirar bolsas y paquetes sobre mi sofá. Levantó la mirada y me dirigió esa sonrisa triunfal que me derretía - ¿empezamos? - ¡Genial! – me salió con una enorme carcajada viendo su entusiasmo. Había comprado pinturas y dedicamos varias horas a sacar partido de nuestros ojos y nuestro rostro. Parecía saber de todo, y tenía un gusto artístico que me asombraba. - ¿Cómo te da tiempo a hacer todas estas cosas?- le pregunté divertida. - Una diosa sabe todo – me respondió riéndose. No sé si lo decía en serio o no, pero a mi sí me lo parecía. Una mujer que vivía la vida plenamente, que sabía lo que quería y parecía haber conseguido el éxito en todo. Me sacó de mis pensamientos cuando salió de mi dormitorio y volvió con un paquete rectangular sin abrir. - ¡Venga! A ver que te parece… ¡Es mi regalo por querer servirme!- exclamó triunfal. Nerviosa rasgué el papel como una cría pequeña. Dentro había una caja de lencería de diseño con un espectacular corsé de raso y encaje azul con ballenas. - ¡Te ayudo a ponértelo! – dijo imperativamente pero con ilusión en su voz. - Es precioso... – acerté a decir mientras me situaba delante de un espejo. Deslicé mi fina bata de casa al suelo y mi cuerpo desnudo quedó al descubierto. Únicamente portaba el artilugio sobre mi sexo. Helena se situó detrás y me ajustó el corsé muy apretado. Aunque parecía dificultarme un poco respirar, me hacía un talle espectacular. Me excitó que el corsé estaba preparado dejando los pechos fuera y elevándolos. Helena los acarició abrazándome por detrás, y contemplamos en el espejo nuestros rostros y sus manos poniendo los pezones en erección. Sacó de su tanga la minúscula llave y liberó mi sexo excitado y lleno de fluidos. Con suavidad me llevó a la cama y llenándome de lametones, caricias, mordiscos y besos me llevó al éxtasis. Dos horas después, tras hacer el amor, cenar, y reírnos se levantó y me comunicó que tenía que irse. - Nooo... ¡Quédate a dormir!- le supliqué llena de deseo. - Tengo otras ocupaciones querida mía.- dijo y rebuscó por la habitación volviendo a mi lado con el infernal dispositivo de castidad. - ¡El cinturón ese otra vez no, por fa! – me salió de sopetón. - Sabes que no me gusta que me contraríen – dijo muy seria al cabo de un rato.- si no quieres que nos vamos más dímelo que no pierda el tiempo contigo. - ¡No, eso nunca! – le dije desde el fondo del corazón. La deseaba y sentía que mi corazón estaba enamorado de ella. – ¡Es que no entiendo que sacas de que lleve eso!- dije intentado que razonara. - Sencillamente educarte, perrita mía. Habrás comprobado que no me gusta el sexo “normal”.- y haciendo una pausa mientras se iba vistiendo continuó – doy mucho de mi misma, por lo tanto exijo mucho. Quiero que estés tan entregada a mí que hagas lo que te ordene sin rechistar. - A ver, Helena, yo te deseo. Sabes que estoy haciendo cosas por ti que no haría por nadie, pero vamos creo que es exagerado… - no me dejó acabar. Recogió sus cosas in decirme una palabra y se marchó. Juraría que vi una lágrima rodar de sus ojos, pero no atendió a nada de lo que le dije.
Pasé las peores dos semanas de mi vida. Ale principio esperé noticias suyas y le daba vueltas a qué deseaba de mí. Busqué en Google los conceptos de ama, dominación y castidad a ver que aparecía. Descubrí todo un mundo bajo el epígrafe de dominación /sumisión. Había infinidad de webs y pude comprobar cómo algunas de las prácticas que había observado con Helena estaba allí reflejadas (como el fetichismo y la adoración de pies). Leí muchos relatos. Lo que al principio me escandalizaba días después me excitaba. Descubrí que el tipo de relación que Helena deseaba de mí implicaba mucha entrega por mi parte, pero también por la suya. Que de alguna manera establecía un vínculo difícil de romper. Lo deseaba. Al día siguiente la llamé al bufete. La secretaria me comunicó que no deseaba hablar conmigo. Supliqué y llamé muchas veces, pero sierpe encontraba la barrera infranqueable de Jill, que debía estar pasándolo en grande. Ahora comprendía que Jill debía ser una sumisa de Helena, y sintiendo lo que yo sentía, comprendí que se alegraba e intentaba conservar ese puesto para ella sola. Habían pasado más de catorce días desde aquella tarde tan amarillosa y de final tan trágico cuando no pude más y me presenté en el bufete. Tuve que esperar casi tres horas y al final Helena accedió a verme. - ¿Qué deseas? – me espetó nada más verme. Hubiera deseado otro tipo de encuentro, pero también comprendía que era su manera de ponerme en mi sitio - Helena… Yo,..sé lo que deseas. He estado mirando en Internet y eso, y sí quiero ser tu sumisa – logre articular de un tirón. - ¿Crees que ahora es suficiente con que vengas a decirme eso? Ya tuviste tu segunda oportunidad. – dijo sin ceder un ápice. - Helena te lo suplico – dije echándome a sus pies y besando sus zapatos – ¡Por favor Mi Ama!…. – dije esperando que este tratamiento al complaciera. Estuvo mucho rato sin decir nada. Yo me aplicaba a lamer y besar sus tacones esperando sorprenderla gratamente y que volviera a regalarme su sonrisa. Tras un tiempo que pareció una eternidad me apartó suavemente con su zapato y obligándome a mirarla me dijo: - Si eso es verdad, ahora tienes que demostrármelo. Y esta vez seré más dura. - Lo que quieras Mi ama – me apresuré a responder esperanzada. - Esta tarde ven a mi casa. Trae el corsé que te regalé puesto y ven bien maquillada y con un antifaz.- y despidiéndome con la mano dio por acabada la entrevista. Aquella tarde llegué puntual a su casa con todo lo que me había dicho. Cuando llamé a la puerta me llevó a una habitación y me indicó que me quedara solo con el corsé y el antifaz puestos. Me dio unas medias de rejilla y solo me dejó llevar los tacones. Mi sexo estaba expuesto. - Y por cierto, quiero todo este vello rasurado – dijo tironeando de mi vello púbico. - Si Mi ama – dije suavemente. Esta excitada y no sabía a que extraño juego jugaríamos hoy. Me dio una bandejita de plata donde colocó preservativos y me indicó un sitio de su habitación donde debía permanecer de pie y sin moverme si ella no ordenaba lo contrario. Media hora después llamaron al timbre y Helena apareció en la habitación con alguien a quien conocía muy bien: Aquel compañero de trabajo que había ido contando al resto de profesores que yo era una facilona. La sangre se agolpó en mis mejillas pero el llevar el antifaz me dio seguridad. El se rió al erme allí y me dio
varios tirones de los pezones, aparentemente sin reconocerme. Helena se lo llevó pronto a la cama revolcándose delante de mí. De tanto en tanto me llamaban para que acercara algún condón cuando lo precisaban. También me tocaba la ingrata tarea de recoger los usados y tirarlos a una papelera. Hora y media después Helena se duchó y alegó que la reclamaban con urgencia de la escuela de judo de su hija. Nos indicó que nos vistiéramos y saliéramos por nuestra cuenta. En cuanto Helena se marchó aquel gilipollas me arrancó el antifaz y comenzó a reírse: - ¡Vaya, peor si es mi compañera de curre! – dijo mofándose de mí y toqueteándome los pezones. - ¡Déjame en paz, bastardo! - ¡Huisss que humos! – y volvió a reírse. No me di cuenta de la maniobra hasta que fue demasiado tarde: Yo intentaba vestirme de prisa y él me hizo una foto con su móvil, desnuda, con los pechos al aire y aquel corsé extravagante. - ¡Trae eso gilipollas!- dije acojonada de lo que ese material podía suponer en sus manos. - ¡De eso nada! Veremos que opinan los compañeros de esta foto… - ¡Ni se te ocurra! – grité casi ronca. - Esta bien.. – dijo en tono conciliador – Todo tiene solución. Esta semana harás lo que te pida, y nadie verá esta foto nunca. - ¡Eres un tarado! – le grité acabando de vestirme y largándome a toda prisa. En casa no pare de darle vueltas y decidí llamar a Helena a ver qué podía hacer ella. - Haz lo que el te diga esta semana. El sábado ya lo arreglaré yo, no te preocupes. Pero no estará de más que esta semana obedezcas a otro – dijo con una extraña sonrisa final y colgó. En aquel momento no me di cuenta de que era parte de su estrategia de castigo y de todas formas no tenía otra elección. El lunes iba temblando al trabajo. ¿Qué me pediría? ¿O decidiría que era más divertido enseñarme en bolas a los demás? Procuré no coincidir con él, pero en un descanso estaba tomando café. En la Sala de Profesores había tres personas más y se limitó a ponerse un café y guiñarme un ojo. Me recorrió un escalofrío pero pensé que tampoco me podía pedir mucho más: ¡Que engañada estaba! Comenzó después de mi penúltima clase. Tenía quince minutos y me dirigí al aseo. Me empujó dentro de uno de los cubículos y me retuvo contra la pared. Notaba su aliento en mi nuca. Metió su mano bajo mi falda y me toqueteó la vagina. Después metió sus dedos en mi boca y me exigió que lamiera. Volvió a mi vagina y a mi boca varias veces alternativamente. Como pude le recordé mis clases. A pesar del asco que me daba y la rabia de sentirme humillada así, mi vagina había lubricado un poco. - Zorrita…como te gusta ¿eh? ¡Estas ya mojada, puta! Seguiré contigo más tarde – y riéndose me dejó allí tirada. Pasé la clase con temblor en las piernas. Me sentía violada y con sus palabras sabía que aquello continuaría. ¿Qué pensaría Helena si supera aquello? Cuando habían estado juntos era porque se conocían. ¿Y si denunciaba a la policía aquel acoso? Pero imaginar que tendría que implicar a Helena como testigo y su mirada de desprecio me hizo desechar la idea rápidamente. Aquel día me fui a mi casa sin que sucediera nada más. Al día siguiente tenía una hora libre. Se las arregló para tener la misma hora que yo y me pasó una nota donde me indicaba que estuviera en un despacho habitualmente desocupado de la segunda planta en cinco minutos. Me lo pensé muchas veces mientras mi cuerpo se dirigía
hacía el despacho como la víctima que va al matadero. Una vez entré el cerró con pestillo la puerta. - Arrodíllate putita – me soltó sin más, mientras se bajaba los pantalones. Veía claro lo que querría – y acerca esa boca tuya de putona y chúpame bien la polla… ¡Y mójala bien! Con asco me puse a la tarea. Allí, arrodillada, sujeté la polla con una mano y me puse a la tarea de chupar aquello. Me abstraje pensando en que Helena estuviera a mi lado y me premiara por soportar aquello por ella. Esperaba que no eyaculara en mi boca, ¡y mucho menos que no pensara que me lo iba a tragar! Pero fue aún peor. Cuando le vi totalmente empalmado y a punto de correrse me obligó a levantarme, me empujó contra una mesa y bajándome los vaqueros me enculó con fuerza. Quería gritar pero la vergüenza de que me encontraran en aquella situación ahogó mi grito en la garganta. Se movió sin piedad diciéndome lo zorra y puta que era, y cómo iba a divertirse conmigo, y cuando se corrió me dejó sin preocuparse en taparme si quiera. Llorando me recompuse la ropa y andando con cierta dificultad marché a mi siguiente clase. Al día siguiente llamé diciendo que estaba enferma. Tenía un poco de desgarro en el ano y me dolía, no solo mi trasero sino mi orgullo. Por la tarde llamaron a la puerta: ¡Era él! Horrorizada de que se hubiera atrevido le grité los improperios que pasaron por mi cabeza. - Niña, para. Sencillamente dime que lo deje y usaré esa foto tan mona que tengo en el móvil- añadió con sorna. - ¿Estas loco? ¿Sabes que puedo denunciarte por esto? Empezó a reírse y se acomodó en un sillón. - Anda, ponme una copa, se buena… - dijo divertido. Al final decidí que yo sí tenía que perder y él no. Me obligó a suplicarle de rodillas que me usara como quiera. Se quedó pensativo unos instantes, y marcho a su coche. Cuando volvió traía cuerdas y una especie de vara negra. Por fotos de las webs que había visto supuse que era una fusta. - Acerca una silla – demandó serio. La acerqué con cara de mal humor – ¡De rodillas encima! Le obedecí. Me ató con un elaborado sistema de nudos que me inmovilizaban piernas y brazos y dejaban bien expuesto mi trasero, y algo abierto. No sabía que era más humillante, si la postura o las burradas que me soltaba. Empecé a pensar en Helena para huir de aquel momento. Resultó lo más estimulante y agradecido que hubiera hecho nunca… La imaginaba a mi lado, seria, y que aquel idiota actuaba a sus ordenes, que era solo para adiestrarme a que fuera su mejor esclava. Y después su mirada satisfecha, complacida, y sus caricias como guinda final, mi premio. Tras casi una hora de esmerarse en aquellas ataduras, comenzó a propinarme fustazos. - ¡Quiero ver ese culo gordo bien rojo, so putona!- soltaba – ¡¿Me quieres poner cachondo enseñándome los dos agujeros de puta que tienes?! - Mmm .. – me dolían los golpes, porque ya ni le escuchaba. Temía que en cualquier momento volviera a hincarme su polla y me volviera a desgarrar. Desee fervientemente que Helena me ayudara. - ¡Joder como me pones..así bien expuestecita para mi uso y disfrute!!- gritó. Sentí su excitación y cuando ya creía que me iba a destrozar sentí como me mojaba por encima de mi espalda y mis nalgas. Quedó exhausto y se echo en el sofá con los ojos cerrados. Casi creí que se dormiría y me dejaría así: - Bueno mamarracho, si ya has disfrutado suéltame.- Respondí de malas pulgas. - ¡Con lo bueno que ha sido y lo poco que disfrutas!!- respondió el cabrón. Pero acabó soltándome y largándose.
Aquella noche no pude más. Llamé a Helena y entre sollozos le conté lo que me estaba haciendo. Ella me sorprendió preguntándome mis reacciones y mis pensamientos. Cuando acabé me consoló diciéndome que dejara de preocuparme por ese gusano, me mandó un beso por el auricular y colgó. Me quedé más tranquila, arrebujada en una manta sobre mi cama, dormida. Al día siguiente, confortada por las palabras de Helena decidí vencer mi pánico e ir al colegio. Aquel cerdo no apareció ni aquel día ni los tres siguientes. Creo que alguien comentó que había llamado diciendo que estaba enfermo. Me pareció mágico, y no tenía dudas de la intervención de Ella. Yo mientras tanto recuperé mi alegría y mi autoestima, y volví a charlar con mis compañeros sin miedo a que me miraran y se rieran de algún chiste secreto entre ellos a mi costa. El sábado pro la mañana recibi una llamada de mi amada: - Ven esta tarde a mi casa – dijo Helena. - ¡Estupendo!- se me escapó con la voz llena de alegría. - Pero quiero que vengas de forma especial… - hizo una pausa que me puso nerviosa - Dime, sabes que lo haré. - ¡No esperaba menos! – respondió triunfal – Ven desnuda, con el coño bien rapadito, un collar de perro al cuello y solo un abrigo por encima. - Está bien – respondí rauda para que no cambiara de parecer de nuestra cita, aunque le daba vueltas a como soportaría el frío del camino. – A las siete en punto estaré. - Ni un minuto más tarde – dijo finalizando la conversación. Me esmeré en hacerme la manicura, depilarme, darme un baño de sales y poner algo de crema en las heridas que decoraban mi trasero y parte de mi espalda: ¡El muy capullo ni siquiera daba bien! A las siete menos cinco llamaba a su timbre. Me recibió Jill con un espectacular atuendo compuesto por un corsé rojo y negro, medias de rejilla sobre tacones altísimos, pelo recogido en una trenza a la espalda y collar de perro dorado y negro. Al principio me corté un poco, pero como no estaba para ir a cualquier sitio con mi atuendo y el frío apretaba entré por el hueco que me hizo. Su cara no dejaba traslucir ningún sentimiento. Sin hablar me indicó la conocida sala de estar donde habíamos estado juntos: Estaba decorada con un sillón a modo de trono en el centro, un escabel forrado en terciopelo rojo y telas negras alrededor de las paredes. Candelabros encendidos conferían cierto aire gótico al sitio. Olía a cera y a incienso… y un suave toque que reconocí como el perfume de Helena. Ella no estaba allí, y Jill me indicó un rincón donde debía esperar. Jill se colocó al otro lado de la estancia, apoyada en la pared, con la mirada baja. La imité (¡no iba a ser ella más que yo!) diez minutos después Helena entró en la estancia. Iba deslumbrante, sobre botas de tacón exagerado de charol negro, una minifalda en cuero, corpiño guantes largos y velos acariciando sus hombros. La miré extasiada cuando se me escapó un gritito: Detrás de ella, a cuatro patas, venía enganchado por una correa una persona desnuda que reconocí al momento como mi torturador. Lleva solo el collar de perro al cuello y la boca amordazada con una enorme bola negra. Helena continuó con su andar majestuoso hasta el trono donde tomó asiento, y ordenó con un sencillo gesto a Hill que trajera una silla, que situó delante de Ella. - ¡Perro, de rodillas en al silla! ¡Veamos si merece la pena que este perrito amaestrado entretenga en alguna fiesta a mis amigas! - y lanzó una sonora carcajada.
El perro se subió con cierta dificultad. Llevaba la espalda y los glúteos marcados de señales no recientes, y observé que una especie de arandela le presionaba los testículos y la polla que habían tomado cierto color ceniciento. - Jill acércame mis preciosas fustas que hoy ha hecho poco ejercicio este perro. - Sí, mi Señora – dijo acercándole al menos tres de aquellos terribles instrumentos. Observé que procuraba no mirar hacia arriba cuando estaba junto a ella y le ofrecía las cosas con respeto. Tomé nota para no cometer a mi vez errores. Helena se levantó entonces y comenzó a dar fustazos sobre aquel cuerpo castigado, combinándolos que caricias de su mano enguantada. Imaginé que si fuera yo, no vería aquellos fustazos como castigo sino como un tiempo precioso que Mi Ama pierde conmigo. Helena estaba radiante, disfrutando cada momento de entrega del esclavo. - Ven ahora tu, perrita. Creo que has pasado una semana algo estresada y te vendrá bien relajarte… - dijo con picardía guiñándome el ojo. Y dándome una de las fustas añadió – Este perrito necesita mucha disciplina, ¡Nada de mano blanda o tendré que disciplinarte yo a ti! Comprendí que me daba carta blanca para liberarme del daño interior que él me había causado, y advirtiéndome que lo hiciera bien porque puede que solo tuviera aquella vez. No me lo pensé dos veces. - ¡Sucio cerdo! ¿Quién expone su culo asqueroso ahora? ¿Te gusta que te den por detrás perro? – Me sorprendí a mi misma por la fiereza de mis palabras. Puedo asegurar que hasta yo me asustaba de lo que podía soltar por la boca, claro que había tenido buen maestro. Helena me sujetó el brazo diez minutos más tarde. - Bien, bien, querida. Creo que este perro ya ha captado el mensaje. Pero me gusta demostrar que a la hora de servirme, tanto el que empuña la fusta como el que recibe lo hacen bien. Me tocó entonces arrodillarme a mi en la silla. El perro se fue arrastrando a una esquina y el resto de la velada ni me di cuenta de su presencia. Quería que Helena estuviera orgullosa, borrar la sonrisa de superioridad del rostro de Jill, que miraba como diciendo “esta no tiene aguante”. Comenzó suave, para subir después la intensidad. Combinaba los azotes con caricias, e incluso añadió hielo en el juego que aliviaba algunos momentos y otros hería. También paraba y metía un dedo enguantado en mi vagina, buscando mi clítoris y masajeándolo. A la media hora estaba loca de placer. Casi agradecía los fustazos para lograr mantener la compostura. - Muy bien perrita, estoy muy orgullosa de ti – dijo apartándose de mí.- Hoy es un día muy especial, he decidido que seas mi esclava personal. Haremos una ceremonia de iniciación – y dando dos palmadas se sentó en el trono. Debía ser una señal porque Jill acercó un cojín de terciopelo con varios objetos encima. Con un gesto me indicó que bajara de la silla y me arrodillara a sus pies. Cambió mi collar de supermercado por una preciosidad con pequeños adornos de strass. - Espero que sepas hacerte merecedora de él. - Mi Señora, lo portaré con orgullo.- respondí Después trasteó con una especie de aguja. Pasó hielo por mi pezón e introdujo la aguja retirando un fiador metálico. A través del plástico que quedó introdujo una arandela de oro. Con lo poco amiga de agujas que soy aguanté estoicamente la operación, que fue gracias al hielo poco dolorosa.
- Jill te enseñará después los cuidados que debes darle. Conforme avances en tu entrega te iré premiando con adornos para mi disfrute. - Gracias Mi Ama… - dije casi en un murmullo. Aún no podía imaginar todas las posibilidades de juego que Helena podría dar a aquellos piercings. Con otro gesto puso a Jill a sus pies también y nos permitió adorar sus largas botas. Veía a Jill entregada y eso me picaba a lamer con más intensidad. Fueron unos momentos mágicos, donde sentí que pertenecía a alguien, que me cuidaría y que daría sentido a mi vida. Aquel sería el primer momento de muchos. ¡Que lejos quedaba aquel día que me acerqué al local de moda a curiosear!....

1 comentario:

MeTis dijo...

aiii que largo y yo no tengo tiempo¡¡
sabes que voy a hacer? los voy a copiar y a imprimir, y asi a ratitos los ire leyendo.

besos