sábado, 29 de marzo de 2008

Relato finalista del I Certamen de Relato BDSM celebrado en 'La Otra Barcelona'

Seguimos con los relatos :)

Hace un tiempo le ofrecí este blog a una amiga para que se publicaran los relatos presentados en un certamen que se celebró en un sim de SecondLife® del que ella forma parte. Meses después, y antes de que se me olvide, los publico.

Son relatos semi-eróticos y forman parte del mundo sadomasoquista. El que aquí sigue es el relato finalista.
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Relato finalista del I CERTAMEN “PREMIO “LOB” DE RELATO BDSM”

Autor: Adira Allen

La leona

Estaba en la puerta de aquel local alternativo y una mezcla de miedo y excitación me dejó temporalmente paralizada en la puerta. El decidirme a venir aquí había sido una de esas locuras que suelo hacer cuando en mi vida no tengo adrenalina suficiente. No tenía en aquel momento pareja, e incluso podría añadir que había acabado algo “quemada” de los hombres desde mi último ligue: Un compañero de trabajo mujeriego y engreído que después fue vanagloriándose de haberme “pasado por la piedra”. ¡Vaya semana de bochorno pasé! Iba a decir que era tonta pensando que el verdadero amor aún existía… ¿Pero estaba siquiera enamorada de aquel tipo? Si lo meditaba fríamente había sido yo tan frívola como él, y me decía a mi misma que había llegado el momento de asumir mis propios actos y dejar de ir de víctima por la vida. Y justo entonces sale el tema la profesora de infantil que es lesbiana, y del sitio nuevo que abrieron en la calle Roses dónde iban la gente con sexualidad “diferente”… ¡Y como no! Ahí estaba yo a vivir nuevas experiencias, aunque ahora, pelada de frío por llevar el vestidito tan ligero e ir sin medias, me arrepentía. Un guardia de seguridad con pendientes y aspecto de pocos amigos me miró estudiando si era una fisgona a la que alejar. Compuse mi andar de “aquí vengo yo todos los días” y con un quedo buenas entré al reciento sin mirarle a los ojos. La entrada daba a una escalera que se hundía en las entrañas de un color violeta y negro moderno. Pequeñas luces lograban que no te mataras bajando en la oscuridad. Un fuerte sonido de música gótica moderna y el humo de muchos cigarrillos te saludaban al adentrarte en el disco pub. Había bastante gente sin llegar a ser agobiante (por eso había procurado no ir muy pronto, para pasar desapercibida). Me senté en un taburete alto junto a la barra como si fuera un salvavidas en una tormenta, y pedí el cubata habitual mientras comenzaba a estudiar los rostros que me rodeaban. En principio no reconocí a nadie, y aunque dirigían miradas curiosas a los recién llegados, demasiado pronto deje de ser tema de interés: Bueno, me hacía estar más cómoda pero a la vez me sentía fea y fuera de sitio. ¿Es que no gustaría a ninguna chica? Como el plan de pasar sola y a la media hora de haber entrado junto al segurata no me hacía gracia (ya imaginaba la sonrisita), después del primer cubata vinieron dos más. Algo de música debí reconocer además de haber llegado a ese punto que da igual que te miren, lo cierto es que acabé bailando más o menos eróticamente, o a mi me lo parecía. (Después me dirían que parecía que me iba a caer de borracha). Un poco después bailaba a mi lado una mujer espectacular, con vestido ceñido en dorado y el pelo leonino como me gustaría que me quedara a mí. Miento si dijera que me atraía: ¡Más bien quería ser yo así! Pero en donde estábamos y con varias copas, me excitó la idea de acariciarla. Una hora después me llevaba a mi casa. El alcohol me dio tanta soltura que la invité a que subiera. Me sentía algo patosa por la borrachera, pero juro que puse de mi parte para acariciar dónde creía que le gustaba, y me dediqué a besar y lamerle cuello y pezones. Ella se separó y se me limitó a ordenarme que durmiera un poco. Creo que le hice caso porque no recuerdo más. El fin de semana siguiente volví al local. Había pasado la semana pensando en aquel encuentro, deseando saber qué hubiera pasado… ¡Bueno y demostrar que no era una idiota borracha a aquella mujer!. Pasé junto al segurata con paso firme, aunque esta vez no dignó a mirarme. Mi lugar en la barra estaba vacío y aproveche a pedir algo más light que la otra vez y buscar a mi alrededor a la chica (de la cual, por cierto, ni sabía el
nombre). El alma se me vino a los pies cuando la vi morreándose en un reservado con una rubia. Creo que se dio cuenta de que la miraba porque se apartó de ella, pero yo fingí no haberla visto y estar interesada en el dibujo de las luces de neón en la pista. Poco después sentí su cuerpo a mi lado. - Vaya, me alegra verte más recuperada – dijo sonriendo. Me volví con la tranquilidad de que los colores no se verían en la penumbra. - Si, parece que no me sentaron muy bien los cubatas de garrafón – y me reí a mi vez. - No ponen aquí licor malo – me repuso muy seria. Esta vez sí me sentí cortada. - Bueno… no he querido decir… - ¡Que es broma! – estalló en carcajadas.- ¡No te pongas tan seria! Logré sonreír aliviada. Me empezaba a gustar aquella mujer de aspecto llamativo y sensual, con esa sonrisa tan franca y buen sentido del humor. Estuvimos charlando un buen rato. Era agradable encontrar alguien que no se escandalizaba de tus gustos, de tus experiencias locas, y que a su vez compartía contigo las tuyas. Dos horas después estábamos en mi casa de nuevo, esta vez sin alcohol. De pie, junto a la cama, comenzamos a explorar nuestros cuerpos tímidamente. Ella cogía las riendas enseguida, besándome el cuello, la oreja, acariciando mientras mi pezón bajo el top de raso… Yo gemía de placer. Sus manos pronto alcanzaron los dos pezones y comenzó un ritmo de pellizcar y acariciarlos que me volvía loca. Mucho más torpe, intenté hacer lo mismo pero aparto mis manos con suavidad. Ella quería hacerme sentir, disfrutar, volverme loca. Busqué a tientas su tanga y ya estaba húmedo. Le acaricié el clítoris por encima del tanga, y ahora gimió ella de placer. Eso me estimuló a seguir, mientras ella apretaba mis nalgas y me las abría haciéndome daño. Disfrutaba. Hasta el dolor que me causaba me estimulaba y me humedecía. Ella parecía a punto de correrse cuando con sus dedos penetró de golpe mi vagina. Me hicieron daño sus uñas, pero rápidamente masajeó hacia el clítoris y comencé a correrme… No pude seguir haciendo nada, solo dejarme llevar por la oleada de placer que me embargaba. De golpe ella paró. - ¿Te estas corriendo ya? - Sii… - acerté a balbucear sin saber por qué paraba. - ¡Eres muy puta! Basta. – Se separó de mí, recogió sus cosas y se marchó. Me sentí fatal. No sabía que había hecho mal. Los siguientes días me debatía entre la vergüenza, el deseo de sentirla de nuevo, y el cabreo por irse así. El siguiente viernes noche me acerqué de nuevo al local. Me había arreglado como si fuera mi primera cita, con ropa interior de raso y encaje negro y un vestido ceñidito que esperaba atrajera más de una miradas. Efectivamente, algunas personas miraron, otras se acercaron a charlar, pero ella no estaba. Me di cuenta de que todavía no sabía su nombre, a pesar de haber estado íntimamente juntas, y también de que deseaba verla. Me volví a mi casa sintiéndome cansada y algo sucia. Había pasado un mes de aquello, y algún que otro día me había dejado caer por el local. Me surgieron propuestas y empecé a tener conocidas en el pub, pero no me animé a iniciar nada de nuevo. Dejé que mis fantasías con Ella me llenaran, y me sumergí en mi trabajo un poco más. Aquella mañana me tocaban tutorías y después las visitas de los padres. Daba clases de matemáticas a varios cursos, y era tutora de los alumnos de 5º de la ESO. Las tutorías marcharon como siempre, con alumnos poco motivados a los que intentaba inculcar ilusión por ser alguien el día de mañana. Las visitas de los padres
solían ser conflictivas. Los padres siempre excusaban que sus hijos fueran mal con la mala educación que recibían, y yo tenía que hacerles ver que el niño estaba intentando llamar la atención porque algo no funcionaba en casa. El primer padre era un completo ególatra machista que consideraba que una tutora no tenía suficiente capacidad de educar a su hijo. No dejé que me afectara. Ahora esperaba a los padres de una de mis alumnas más brillantes, aunque últimamente había bajado el rendimiento en mi asignatura. Aún sin ser preocupante (seguía siendo la mejor de la clase), consideré que no estaba de más comprobar que el problema no era serio y que no iba a ir a más. Levanté la cabeza al comprobar que me saludaba una voz conocida. - Hola, muy buenas. Debes ser la tutora de Miriam… - dijo acercándose con la mano extendida para saludarme. - Hola.. Muy buenas. – logré reaccionar a tiempo. Me quedé medio levantada mientras Ella se acomodaba en un sillón delante de mí. Llevaba un precioso traje rojo con chaquetón negro, medias finas y unos Sacha London de tacón elevadísimo. El perfume de CK que conocía bien inundó mis sentidos. Cruzó las piernas por delante con naturalidad, y me di cuenta de que a mi me sudaban las manos y estaba ya húmeda. - Bueno, recibí el recado de que quería hablar conmigo.- dijo mirándome con serenidad a los ojos. No hizo ninguna señal de reconocerme. Suspiré con cierto alivio e intenté controlar mi temblor al hablar con ella. – La niña va bien, ¿no? - Oh, sí, sí – me apresuré a responder recuperando el poco control de mi misma que me quedaba. – Miriam es la mejor en mis clases, y según tengo entendido en prácticamente todas las demás. Por eso mismo,.. – ella sonreía con indiferencia y parecía seguir mi explicación atenta - … cuando he observado que bajaba algo el rendimiento he preferido comprobar que no había algún problema que pudiera ser grave en el futuro. – Logré articular y adoptando una postura algo envarada en mi silla la miré a mi vez también a los ojos. - ¡Ah, bueno!- sonrió ampliamente – ¡Es eso! Me alegro de que no sea nada más grave.- se humedeció los labios con la lengua – Es cosa mía, lo siento. Le dije a Miriam que aflojara el ritmo, que realizara actividades divertidas al salir de clase algunos días, porque últimamente solo estudiaba y estudiaba. La verdad es que últimamente la veo más feliz… Creo que todos debemos tener tiempo de esparcimiento, ¿no? – terminó mirándome triunfalmente. Noté que la garganta se me secaba. - Si, si, claro. Y efectivamente, puede que ahora que lo comenta la vea más feliz, y charlar más con los amigos. - De todas maneras, si viera que ese “relajamiento” es excesivo y amenazara sus notas, hágamelo saber. Hablaría con ella. – Añadido levantándose y dando la charla por terminada. Yo no sabía que añadir. - Si, claro, no se preocupe. Igual que ahora la he avisado, ante lo más mínimo volvería a llamarla. Creo que no tengo su teléfono… - añadí rebuscando en mis papeles. Había mandado el recado a través de Miriam para concertar aquella cita. - Tenga – dijo pasándome una tarjeta. En ella se leía su nombre, Helena Martinez Donoso, con la dirección de un conocido bufete de abogados de la ciudad. Se dirigía hacia la puerta cuando se volvió y con un ligero cambio en su mirada me dijo en tono imperativo – Y mañana a las siete espero verla yo a usted en esa dirección – dijo señalando la tarjeta tras lo cual se volvió y se marchó.
Me quedé helada. ¿Era porque me había reconocido? Citarme en su bufete no podía ser nada íntimo. ¿Me amenazaría con algo? Tampoco creo que hubiera cometido ninguna infracción por haber salido con ella… El día siguiente pasó vertiginosamente. No me sentía yo misma. Llamé varias veces para intentar hablar con ella, incluso posponer la cita, pero una imperturbable secretaria me decía que era importante que acudiera y que estaba reunida en aquellos momentos. A las siete de la tarde me acerqué. Me encontraba más nerviosa que la primera vez que me acerqué al local de moda, y no había podido evitar revolver en mi armario y ponerme un conjunto interior sexy. Fantaseaba en secreto con que me abrazara, me envolviera en sus brazos y sobre el sofá de su oficina (¡yo ya imaginaba hasta un sofá!) me hiciera el amor… Una chica delgada, sencillamente vestida, de unos veintitantos años me condujo a la sala de espera. En las paredes, elegantes serigrafías de autores contemporáneos conferían un aire de discreta elegancia que rezumaba dinero. Tras media hora de dar vueltas como un tigre enjaulado me decidí a ojear las revistas financieras sobre los mullidos sillones de blancos. Casi dos horas después me levanté dispuesta a irme. Me sentía idiota esperando una cita que no había concertado con alguien que solo había sido una aventura momentánea. Como si me vigilaran con una cámara oculta la secretaria apareció en la puerta de la sala: - La Señora Helena Ha terminado su última cita y puede recibirla ahora - ¡Ya era hora!- bufé dando rienda a mi enfado.- ¡Si no podía atenderme que lo hubiera dicho! La secretaria se limitó a fruncir los labios y pareció ir a decir algo. Cambió de idea y dándose la vuelta me condujo hacia el despacho de Ella, al final de un pequeño hall enmoquetado. Se hizo a un lado cediéndome el paso. Una vez dentro sentí un nudo en la garganta y mi enfado se esfumó como por arte de magia. - Pasa, pasa cielo.- Me hizo un ademán Helena de que entrara. Llevaba un conjunto ejecutivo azul oscuro con camisa de blanca estilo mao en seda que realzaba su hermoso cuello. - ¿Te apetece beber algo? - Bueno… No sé. Una coca cola. – Parecía una colegiala. Ella hizo una seña a la secretaria que desapareció por bebidas. - No sé exactamente por qué… - Comencé a decir, pero ella me cortó. - No nos andemos por las ramas.- contestó secamente.- La última vez que nos vimos me demostraste que tienes poco dominio de ti misma.- No pude evitar sentirme como si hubiera hecho algo mal. Ella tenía ese efecto sobre mí. Hubiera querido gritarle que de qué iba y sin embargo permanecí allí parada mientras la chica joven depositaba un vaso con algo mas que coca cola en mi mano – Al verte de nuevo y ver lo mucho que me deseabas… - me miró fijamente y mis mejillas se encendieron - … He decidido darte otra oportunidad. Mientras hablaba la secretaria le había acercado una copa, y ella se había desabrochado la chaqueta y la blusa. Sus pechos parecían buscar aire desde el escueto sujetador negro. Salió de detrás de su mesa de despacho y se acomodó frente a mi sobre su filo. - Llevo un día infernal y necesito relajarme – Continuó dirigiéndose a la jovencita. Esta sonrió y se apresuró a acercarse y descalzarla. Lleva unos preciosos zapatos de charol negro que dejaron al descubierto los pies enfundados en las medias. La chica se arrodilló y cogiendo uno de sus pies en sus manos los masajeaba y lamía. Me revolví incomoda. Estaba azorada y sentía que sobrara en aquella escena íntima. Pero a la vez me excitaba y deseaba participar. Sin embargo me limité a beber un enorme trago de la copa que tenía entre las manos.
Helena subió sobre la mesa, se acomodó sobre un brazo y permitió que la chica continuara con el otro pie. Bebía con calma, cerraba los ojos, saboreaba al bebida en su boca… dejando esta a un lado comenzó a levantarse la falda con una de sus manos y la metió en el tanga negro que dejó a la vista. - Hummm… Vaya creo que estoy bastante excitada aunque no suficientemente húmeda… - golpeó con el pie libre la mejilla de la chica, llamando su atención – ¡No estoy húmeda perrita! - Lo siento mi Ama – se apresuró a responder mientras dirigió su boca hacia el tanga de Helena. Ella hundió su rostro entre sus muslos bruscamente agarrándola del pelo. - ¡Lame y dame placer perrita! Tu sabes como relajarme.. – le dijo mientras parecía perderse en un momento de éxtasis. Me sentía una fisgona, alguien de quien se habían olvidado y que debería haberse ido tiempo atrás. ¡Pero la escena me parecía tan surrealista, tan excitante y la vez tan imposible! Sentía raro eso de que la llamara perrita, de que la manejara como si tal cosa y la otra lo consintiera. Pensé que abusaba de ser la jefa, que se aprovechaba de ella, pero a la vez tampoco hacía nada por impedir aquella situación. Un remolino de pensamientos se formó en mi cabeza, pero debajo mi sexo comenzaba a lubricarse. - ¿Y tu qué? – de repente pareció recordar que yo estaba en al habitación - ¿No vas a hacer nada? – Apartó a la chica y me miró interrogativamente. - Creo que debo irme... – comencé a decir incorporándome. - ¿Eres estúpida o te lo haces??- dijo levantándose de mal humor. Se dirigió al ventanal dándome la espalda – Jill, creo que esta zorrita necesita que le enseñen buenos modelas. - No consiento que… - comencé enfadada. Un bofetón me calló de golpe. Jill, la secretaria, tenía más fuerza de la que aparentaba. Condoliéndome del tortazo y con las lágrimas en los ojos, Jill me maniató las manos detrás sin darme tiempo a reaccionar. Con mirada severa se plantó delante de mí abriendo la blusa y sacando mis pechos del sujetador con maestría. Comenzó a retorcerme los pezones dolorosamente, mientras su cara exhibía una secreta satisfacción. - ¡Ahhh! – grité sin pensar, cuando otro tortazo me calló de golpe. Las lagrimas fluyeron esta vez solas. - ¿Eres ahora también una llorica? – la voz aguda de Jill me hirió, y riéndose en mi cara continuó. Podría haber salido corriendo, (aunque enseñando los pechos y maniatada parecería cómico aparecer en la calle) pero secretamente esperaba que Helena apartara a aquella víbora de mí y le pateara el culo. Jill continuó aplicando el castigo, y yo me retorcía llorando casi en el suelo sin despegar los labios. Quizás solo habían pasado 5 o 6 minutos pero a mi me pareció una eternidad. Lloraba doblada sobre mi misma en el suelo con un dolor intenso en los pezones. Helena ni se había dignado a darse la vuelta mientras me aplicaban el castigo. - ¡Basta! – la voz de Helena la cortó de golpe. Se volvió y acercándose a mi me incorporó con ternura. Secó con sus manos mis mejillas y comenzó a lamer con suavidad mis pezones. Estos fueron recuperándose y a los pocos minutos estaba erectos y yo gemía (pero esta vez de placer). Sabía combinar hábilmente los momentos de dolor con los de ternura, sabía tocarme, y había logrado que la deseara con fuerza. Volvió a dedicarse a mi cuello, a mi oreja y a mis labios. Cuando había olvidado el castigo recibido se separó de mí. Me hizo arrodillarme delate de ella y con suavidad pero con firmeza me condujo hasta su sexo.
- Lame.- fue su única palabra y sin embargo como un resorte la obedecí prontamente. Mi lengua se hizo camino bajo su tanga y empezó a lamer los jugos que encontraba. Su olor algo acre y su sabor agridulce se me antojaron el manjar más deseable, y deseé masturbarme y correrme. Como permanecía atada y algo incómoda en esa posición, no pude evitar removerme inquieta. - ¿Estas ya suficientemente caliente zorrita? ¿Ya quieres correrte?- me espetó Helena. - Sí, ¡siii! – articulé entre lamida y lamida. - ¿Sí…qué??- pero no sabía que quería decir. Un buen tortazo, esta vez propinado por su mano me hizo reaccionar. - Sí por favor – musité - ¿Crees que por que me lo pidas por favor te dejaré correrte? ¡Y quiero que me digas Señora!! - Perdón…. Sí señora.. ¿Me permite correrme? – dije entrecortadamente y sin poder evitar desearla cada vez más. Aunque me trataba con dureza a la vez notaba la conexión: Ella no quería dejarme, ella me deseaba tanto o más como yo. Permanecía agarrándome por la barbilla pero con su cuerpo rozando el mío. - Vas a demostrarme si merece la pena que haga esfuerzos contigo. No te correrás, y sin embargo harás que se corra mi secretaria que sí ha sabido relajarme. Se alejó y se recostó en su sillón de oficina. Indicó a Jill que se acostara boca arriba delante mía y aunque dudé un poco por lo incómoda que ya estaba decidí que siempre podría masturbarme en casa. Hundí mi cara entre sus muslos y busqué su clítoris. No llevaba bragas. Eso me excitó y aunque el sabor era menos deseable que el de Helena me apliqué con placer. A los cinco minutos un sonoro gemido y ciertos movimientos convulsivos dieron a entender que se había corrido en mi boca. Seguí un rato más como secreta venganza por lo de antes, ya que observé que una vez se había corrido le costaba aguantar las embestidas de mi lengua. Helena me apartó tirándome del pelo con suavidad y cuando creía que me iba a desatar me había colocado una especie de semiplano metálico en sobre mi vagina. - Y como aún no me fió de que una zorra caliente como tú sepa contenerse, llevarás este dispositivo de mi invención esta semana. El sábado iré a tu casa. En ese momento me soltó las manos. Cabizbaja e intentando disimular mi excitación me acabé de vestir y salí murmurando un gracias. Ella me hizo volver. - Nunca más te despidas así – dijo en un tono bajo y seco. - ¡de rodillas y besándome los pies! – acabó casi con un grito. La obedecía al instante. Me fui un poco más hundida si cabía, porque no parecía que a Helena hubiera logado complacerla. En casa comprobé que el dispositivo parecía un cinturón de castidad. Llevaba incorporada un reborde que se clavaba constantemente en mi clítoris lo que provocaba que lo llevara húmedo y me escociera. Además, al orinar me calaba entera. Tuve que llevar mudas extra para el trabajo. Eso sí: No había manera de quitarlo sin una pequeña llave que se insertaba en un resorte a la altura de mis lumbares. Por las noches lo pasaba fatal: O estaba excitada y nerviosa o cabreada con ella por ponerme aquello. Pero aguanté estoicamente esperando que el sábado acabara aquella cruel tortura. Por fin llegó el sábado. Aquella semana se me había antojado eterna, y esa excitación insatisfecha todavía me ataba más a Ella. Se presentó a las seis de la tarde
llevando un vestido en seda estampado corto que realzaba sus pechos y sus caderas. Llevaba el pelo cobrizo con enromes ondas que le conferían el aspecto de una leona majestuosa. Estaba radiante. - ¡He traído de todo para una fiesta de chicas! – comenzó a tirar bolsas y paquetes sobre mi sofá. Levantó la mirada y me dirigió esa sonrisa triunfal que me derretía - ¿empezamos? - ¡Genial! – me salió con una enorme carcajada viendo su entusiasmo. Había comprado pinturas y dedicamos varias horas a sacar partido de nuestros ojos y nuestro rostro. Parecía saber de todo, y tenía un gusto artístico que me asombraba. - ¿Cómo te da tiempo a hacer todas estas cosas?- le pregunté divertida. - Una diosa sabe todo – me respondió riéndose. No sé si lo decía en serio o no, pero a mi sí me lo parecía. Una mujer que vivía la vida plenamente, que sabía lo que quería y parecía haber conseguido el éxito en todo. Me sacó de mis pensamientos cuando salió de mi dormitorio y volvió con un paquete rectangular sin abrir. - ¡Venga! A ver que te parece… ¡Es mi regalo por querer servirme!- exclamó triunfal. Nerviosa rasgué el papel como una cría pequeña. Dentro había una caja de lencería de diseño con un espectacular corsé de raso y encaje azul con ballenas. - ¡Te ayudo a ponértelo! – dijo imperativamente pero con ilusión en su voz. - Es precioso... – acerté a decir mientras me situaba delante de un espejo. Deslicé mi fina bata de casa al suelo y mi cuerpo desnudo quedó al descubierto. Únicamente portaba el artilugio sobre mi sexo. Helena se situó detrás y me ajustó el corsé muy apretado. Aunque parecía dificultarme un poco respirar, me hacía un talle espectacular. Me excitó que el corsé estaba preparado dejando los pechos fuera y elevándolos. Helena los acarició abrazándome por detrás, y contemplamos en el espejo nuestros rostros y sus manos poniendo los pezones en erección. Sacó de su tanga la minúscula llave y liberó mi sexo excitado y lleno de fluidos. Con suavidad me llevó a la cama y llenándome de lametones, caricias, mordiscos y besos me llevó al éxtasis. Dos horas después, tras hacer el amor, cenar, y reírnos se levantó y me comunicó que tenía que irse. - Nooo... ¡Quédate a dormir!- le supliqué llena de deseo. - Tengo otras ocupaciones querida mía.- dijo y rebuscó por la habitación volviendo a mi lado con el infernal dispositivo de castidad. - ¡El cinturón ese otra vez no, por fa! – me salió de sopetón. - Sabes que no me gusta que me contraríen – dijo muy seria al cabo de un rato.- si no quieres que nos vamos más dímelo que no pierda el tiempo contigo. - ¡No, eso nunca! – le dije desde el fondo del corazón. La deseaba y sentía que mi corazón estaba enamorado de ella. – ¡Es que no entiendo que sacas de que lleve eso!- dije intentado que razonara. - Sencillamente educarte, perrita mía. Habrás comprobado que no me gusta el sexo “normal”.- y haciendo una pausa mientras se iba vistiendo continuó – doy mucho de mi misma, por lo tanto exijo mucho. Quiero que estés tan entregada a mí que hagas lo que te ordene sin rechistar. - A ver, Helena, yo te deseo. Sabes que estoy haciendo cosas por ti que no haría por nadie, pero vamos creo que es exagerado… - no me dejó acabar. Recogió sus cosas in decirme una palabra y se marchó. Juraría que vi una lágrima rodar de sus ojos, pero no atendió a nada de lo que le dije.
Pasé las peores dos semanas de mi vida. Ale principio esperé noticias suyas y le daba vueltas a qué deseaba de mí. Busqué en Google los conceptos de ama, dominación y castidad a ver que aparecía. Descubrí todo un mundo bajo el epígrafe de dominación /sumisión. Había infinidad de webs y pude comprobar cómo algunas de las prácticas que había observado con Helena estaba allí reflejadas (como el fetichismo y la adoración de pies). Leí muchos relatos. Lo que al principio me escandalizaba días después me excitaba. Descubrí que el tipo de relación que Helena deseaba de mí implicaba mucha entrega por mi parte, pero también por la suya. Que de alguna manera establecía un vínculo difícil de romper. Lo deseaba. Al día siguiente la llamé al bufete. La secretaria me comunicó que no deseaba hablar conmigo. Supliqué y llamé muchas veces, pero sierpe encontraba la barrera infranqueable de Jill, que debía estar pasándolo en grande. Ahora comprendía que Jill debía ser una sumisa de Helena, y sintiendo lo que yo sentía, comprendí que se alegraba e intentaba conservar ese puesto para ella sola. Habían pasado más de catorce días desde aquella tarde tan amarillosa y de final tan trágico cuando no pude más y me presenté en el bufete. Tuve que esperar casi tres horas y al final Helena accedió a verme. - ¿Qué deseas? – me espetó nada más verme. Hubiera deseado otro tipo de encuentro, pero también comprendía que era su manera de ponerme en mi sitio - Helena… Yo,..sé lo que deseas. He estado mirando en Internet y eso, y sí quiero ser tu sumisa – logre articular de un tirón. - ¿Crees que ahora es suficiente con que vengas a decirme eso? Ya tuviste tu segunda oportunidad. – dijo sin ceder un ápice. - Helena te lo suplico – dije echándome a sus pies y besando sus zapatos – ¡Por favor Mi Ama!…. – dije esperando que este tratamiento al complaciera. Estuvo mucho rato sin decir nada. Yo me aplicaba a lamer y besar sus tacones esperando sorprenderla gratamente y que volviera a regalarme su sonrisa. Tras un tiempo que pareció una eternidad me apartó suavemente con su zapato y obligándome a mirarla me dijo: - Si eso es verdad, ahora tienes que demostrármelo. Y esta vez seré más dura. - Lo que quieras Mi ama – me apresuré a responder esperanzada. - Esta tarde ven a mi casa. Trae el corsé que te regalé puesto y ven bien maquillada y con un antifaz.- y despidiéndome con la mano dio por acabada la entrevista. Aquella tarde llegué puntual a su casa con todo lo que me había dicho. Cuando llamé a la puerta me llevó a una habitación y me indicó que me quedara solo con el corsé y el antifaz puestos. Me dio unas medias de rejilla y solo me dejó llevar los tacones. Mi sexo estaba expuesto. - Y por cierto, quiero todo este vello rasurado – dijo tironeando de mi vello púbico. - Si Mi ama – dije suavemente. Esta excitada y no sabía a que extraño juego jugaríamos hoy. Me dio una bandejita de plata donde colocó preservativos y me indicó un sitio de su habitación donde debía permanecer de pie y sin moverme si ella no ordenaba lo contrario. Media hora después llamaron al timbre y Helena apareció en la habitación con alguien a quien conocía muy bien: Aquel compañero de trabajo que había ido contando al resto de profesores que yo era una facilona. La sangre se agolpó en mis mejillas pero el llevar el antifaz me dio seguridad. El se rió al erme allí y me dio
varios tirones de los pezones, aparentemente sin reconocerme. Helena se lo llevó pronto a la cama revolcándose delante de mí. De tanto en tanto me llamaban para que acercara algún condón cuando lo precisaban. También me tocaba la ingrata tarea de recoger los usados y tirarlos a una papelera. Hora y media después Helena se duchó y alegó que la reclamaban con urgencia de la escuela de judo de su hija. Nos indicó que nos vistiéramos y saliéramos por nuestra cuenta. En cuanto Helena se marchó aquel gilipollas me arrancó el antifaz y comenzó a reírse: - ¡Vaya, peor si es mi compañera de curre! – dijo mofándose de mí y toqueteándome los pezones. - ¡Déjame en paz, bastardo! - ¡Huisss que humos! – y volvió a reírse. No me di cuenta de la maniobra hasta que fue demasiado tarde: Yo intentaba vestirme de prisa y él me hizo una foto con su móvil, desnuda, con los pechos al aire y aquel corsé extravagante. - ¡Trae eso gilipollas!- dije acojonada de lo que ese material podía suponer en sus manos. - ¡De eso nada! Veremos que opinan los compañeros de esta foto… - ¡Ni se te ocurra! – grité casi ronca. - Esta bien.. – dijo en tono conciliador – Todo tiene solución. Esta semana harás lo que te pida, y nadie verá esta foto nunca. - ¡Eres un tarado! – le grité acabando de vestirme y largándome a toda prisa. En casa no pare de darle vueltas y decidí llamar a Helena a ver qué podía hacer ella. - Haz lo que el te diga esta semana. El sábado ya lo arreglaré yo, no te preocupes. Pero no estará de más que esta semana obedezcas a otro – dijo con una extraña sonrisa final y colgó. En aquel momento no me di cuenta de que era parte de su estrategia de castigo y de todas formas no tenía otra elección. El lunes iba temblando al trabajo. ¿Qué me pediría? ¿O decidiría que era más divertido enseñarme en bolas a los demás? Procuré no coincidir con él, pero en un descanso estaba tomando café. En la Sala de Profesores había tres personas más y se limitó a ponerse un café y guiñarme un ojo. Me recorrió un escalofrío pero pensé que tampoco me podía pedir mucho más: ¡Que engañada estaba! Comenzó después de mi penúltima clase. Tenía quince minutos y me dirigí al aseo. Me empujó dentro de uno de los cubículos y me retuvo contra la pared. Notaba su aliento en mi nuca. Metió su mano bajo mi falda y me toqueteó la vagina. Después metió sus dedos en mi boca y me exigió que lamiera. Volvió a mi vagina y a mi boca varias veces alternativamente. Como pude le recordé mis clases. A pesar del asco que me daba y la rabia de sentirme humillada así, mi vagina había lubricado un poco. - Zorrita…como te gusta ¿eh? ¡Estas ya mojada, puta! Seguiré contigo más tarde – y riéndose me dejó allí tirada. Pasé la clase con temblor en las piernas. Me sentía violada y con sus palabras sabía que aquello continuaría. ¿Qué pensaría Helena si supera aquello? Cuando habían estado juntos era porque se conocían. ¿Y si denunciaba a la policía aquel acoso? Pero imaginar que tendría que implicar a Helena como testigo y su mirada de desprecio me hizo desechar la idea rápidamente. Aquel día me fui a mi casa sin que sucediera nada más. Al día siguiente tenía una hora libre. Se las arregló para tener la misma hora que yo y me pasó una nota donde me indicaba que estuviera en un despacho habitualmente desocupado de la segunda planta en cinco minutos. Me lo pensé muchas veces mientras mi cuerpo se dirigía
hacía el despacho como la víctima que va al matadero. Una vez entré el cerró con pestillo la puerta. - Arrodíllate putita – me soltó sin más, mientras se bajaba los pantalones. Veía claro lo que querría – y acerca esa boca tuya de putona y chúpame bien la polla… ¡Y mójala bien! Con asco me puse a la tarea. Allí, arrodillada, sujeté la polla con una mano y me puse a la tarea de chupar aquello. Me abstraje pensando en que Helena estuviera a mi lado y me premiara por soportar aquello por ella. Esperaba que no eyaculara en mi boca, ¡y mucho menos que no pensara que me lo iba a tragar! Pero fue aún peor. Cuando le vi totalmente empalmado y a punto de correrse me obligó a levantarme, me empujó contra una mesa y bajándome los vaqueros me enculó con fuerza. Quería gritar pero la vergüenza de que me encontraran en aquella situación ahogó mi grito en la garganta. Se movió sin piedad diciéndome lo zorra y puta que era, y cómo iba a divertirse conmigo, y cuando se corrió me dejó sin preocuparse en taparme si quiera. Llorando me recompuse la ropa y andando con cierta dificultad marché a mi siguiente clase. Al día siguiente llamé diciendo que estaba enferma. Tenía un poco de desgarro en el ano y me dolía, no solo mi trasero sino mi orgullo. Por la tarde llamaron a la puerta: ¡Era él! Horrorizada de que se hubiera atrevido le grité los improperios que pasaron por mi cabeza. - Niña, para. Sencillamente dime que lo deje y usaré esa foto tan mona que tengo en el móvil- añadió con sorna. - ¿Estas loco? ¿Sabes que puedo denunciarte por esto? Empezó a reírse y se acomodó en un sillón. - Anda, ponme una copa, se buena… - dijo divertido. Al final decidí que yo sí tenía que perder y él no. Me obligó a suplicarle de rodillas que me usara como quiera. Se quedó pensativo unos instantes, y marcho a su coche. Cuando volvió traía cuerdas y una especie de vara negra. Por fotos de las webs que había visto supuse que era una fusta. - Acerca una silla – demandó serio. La acerqué con cara de mal humor – ¡De rodillas encima! Le obedecí. Me ató con un elaborado sistema de nudos que me inmovilizaban piernas y brazos y dejaban bien expuesto mi trasero, y algo abierto. No sabía que era más humillante, si la postura o las burradas que me soltaba. Empecé a pensar en Helena para huir de aquel momento. Resultó lo más estimulante y agradecido que hubiera hecho nunca… La imaginaba a mi lado, seria, y que aquel idiota actuaba a sus ordenes, que era solo para adiestrarme a que fuera su mejor esclava. Y después su mirada satisfecha, complacida, y sus caricias como guinda final, mi premio. Tras casi una hora de esmerarse en aquellas ataduras, comenzó a propinarme fustazos. - ¡Quiero ver ese culo gordo bien rojo, so putona!- soltaba – ¡¿Me quieres poner cachondo enseñándome los dos agujeros de puta que tienes?! - Mmm .. – me dolían los golpes, porque ya ni le escuchaba. Temía que en cualquier momento volviera a hincarme su polla y me volviera a desgarrar. Desee fervientemente que Helena me ayudara. - ¡Joder como me pones..así bien expuestecita para mi uso y disfrute!!- gritó. Sentí su excitación y cuando ya creía que me iba a destrozar sentí como me mojaba por encima de mi espalda y mis nalgas. Quedó exhausto y se echo en el sofá con los ojos cerrados. Casi creí que se dormiría y me dejaría así: - Bueno mamarracho, si ya has disfrutado suéltame.- Respondí de malas pulgas. - ¡Con lo bueno que ha sido y lo poco que disfrutas!!- respondió el cabrón. Pero acabó soltándome y largándose.
Aquella noche no pude más. Llamé a Helena y entre sollozos le conté lo que me estaba haciendo. Ella me sorprendió preguntándome mis reacciones y mis pensamientos. Cuando acabé me consoló diciéndome que dejara de preocuparme por ese gusano, me mandó un beso por el auricular y colgó. Me quedé más tranquila, arrebujada en una manta sobre mi cama, dormida. Al día siguiente, confortada por las palabras de Helena decidí vencer mi pánico e ir al colegio. Aquel cerdo no apareció ni aquel día ni los tres siguientes. Creo que alguien comentó que había llamado diciendo que estaba enfermo. Me pareció mágico, y no tenía dudas de la intervención de Ella. Yo mientras tanto recuperé mi alegría y mi autoestima, y volví a charlar con mis compañeros sin miedo a que me miraran y se rieran de algún chiste secreto entre ellos a mi costa. El sábado pro la mañana recibi una llamada de mi amada: - Ven esta tarde a mi casa – dijo Helena. - ¡Estupendo!- se me escapó con la voz llena de alegría. - Pero quiero que vengas de forma especial… - hizo una pausa que me puso nerviosa - Dime, sabes que lo haré. - ¡No esperaba menos! – respondió triunfal – Ven desnuda, con el coño bien rapadito, un collar de perro al cuello y solo un abrigo por encima. - Está bien – respondí rauda para que no cambiara de parecer de nuestra cita, aunque le daba vueltas a como soportaría el frío del camino. – A las siete en punto estaré. - Ni un minuto más tarde – dijo finalizando la conversación. Me esmeré en hacerme la manicura, depilarme, darme un baño de sales y poner algo de crema en las heridas que decoraban mi trasero y parte de mi espalda: ¡El muy capullo ni siquiera daba bien! A las siete menos cinco llamaba a su timbre. Me recibió Jill con un espectacular atuendo compuesto por un corsé rojo y negro, medias de rejilla sobre tacones altísimos, pelo recogido en una trenza a la espalda y collar de perro dorado y negro. Al principio me corté un poco, pero como no estaba para ir a cualquier sitio con mi atuendo y el frío apretaba entré por el hueco que me hizo. Su cara no dejaba traslucir ningún sentimiento. Sin hablar me indicó la conocida sala de estar donde habíamos estado juntos: Estaba decorada con un sillón a modo de trono en el centro, un escabel forrado en terciopelo rojo y telas negras alrededor de las paredes. Candelabros encendidos conferían cierto aire gótico al sitio. Olía a cera y a incienso… y un suave toque que reconocí como el perfume de Helena. Ella no estaba allí, y Jill me indicó un rincón donde debía esperar. Jill se colocó al otro lado de la estancia, apoyada en la pared, con la mirada baja. La imité (¡no iba a ser ella más que yo!) diez minutos después Helena entró en la estancia. Iba deslumbrante, sobre botas de tacón exagerado de charol negro, una minifalda en cuero, corpiño guantes largos y velos acariciando sus hombros. La miré extasiada cuando se me escapó un gritito: Detrás de ella, a cuatro patas, venía enganchado por una correa una persona desnuda que reconocí al momento como mi torturador. Lleva solo el collar de perro al cuello y la boca amordazada con una enorme bola negra. Helena continuó con su andar majestuoso hasta el trono donde tomó asiento, y ordenó con un sencillo gesto a Hill que trajera una silla, que situó delante de Ella. - ¡Perro, de rodillas en al silla! ¡Veamos si merece la pena que este perrito amaestrado entretenga en alguna fiesta a mis amigas! - y lanzó una sonora carcajada.
El perro se subió con cierta dificultad. Llevaba la espalda y los glúteos marcados de señales no recientes, y observé que una especie de arandela le presionaba los testículos y la polla que habían tomado cierto color ceniciento. - Jill acércame mis preciosas fustas que hoy ha hecho poco ejercicio este perro. - Sí, mi Señora – dijo acercándole al menos tres de aquellos terribles instrumentos. Observé que procuraba no mirar hacia arriba cuando estaba junto a ella y le ofrecía las cosas con respeto. Tomé nota para no cometer a mi vez errores. Helena se levantó entonces y comenzó a dar fustazos sobre aquel cuerpo castigado, combinándolos que caricias de su mano enguantada. Imaginé que si fuera yo, no vería aquellos fustazos como castigo sino como un tiempo precioso que Mi Ama pierde conmigo. Helena estaba radiante, disfrutando cada momento de entrega del esclavo. - Ven ahora tu, perrita. Creo que has pasado una semana algo estresada y te vendrá bien relajarte… - dijo con picardía guiñándome el ojo. Y dándome una de las fustas añadió – Este perrito necesita mucha disciplina, ¡Nada de mano blanda o tendré que disciplinarte yo a ti! Comprendí que me daba carta blanca para liberarme del daño interior que él me había causado, y advirtiéndome que lo hiciera bien porque puede que solo tuviera aquella vez. No me lo pensé dos veces. - ¡Sucio cerdo! ¿Quién expone su culo asqueroso ahora? ¿Te gusta que te den por detrás perro? – Me sorprendí a mi misma por la fiereza de mis palabras. Puedo asegurar que hasta yo me asustaba de lo que podía soltar por la boca, claro que había tenido buen maestro. Helena me sujetó el brazo diez minutos más tarde. - Bien, bien, querida. Creo que este perro ya ha captado el mensaje. Pero me gusta demostrar que a la hora de servirme, tanto el que empuña la fusta como el que recibe lo hacen bien. Me tocó entonces arrodillarme a mi en la silla. El perro se fue arrastrando a una esquina y el resto de la velada ni me di cuenta de su presencia. Quería que Helena estuviera orgullosa, borrar la sonrisa de superioridad del rostro de Jill, que miraba como diciendo “esta no tiene aguante”. Comenzó suave, para subir después la intensidad. Combinaba los azotes con caricias, e incluso añadió hielo en el juego que aliviaba algunos momentos y otros hería. También paraba y metía un dedo enguantado en mi vagina, buscando mi clítoris y masajeándolo. A la media hora estaba loca de placer. Casi agradecía los fustazos para lograr mantener la compostura. - Muy bien perrita, estoy muy orgullosa de ti – dijo apartándose de mí.- Hoy es un día muy especial, he decidido que seas mi esclava personal. Haremos una ceremonia de iniciación – y dando dos palmadas se sentó en el trono. Debía ser una señal porque Jill acercó un cojín de terciopelo con varios objetos encima. Con un gesto me indicó que bajara de la silla y me arrodillara a sus pies. Cambió mi collar de supermercado por una preciosidad con pequeños adornos de strass. - Espero que sepas hacerte merecedora de él. - Mi Señora, lo portaré con orgullo.- respondí Después trasteó con una especie de aguja. Pasó hielo por mi pezón e introdujo la aguja retirando un fiador metálico. A través del plástico que quedó introdujo una arandela de oro. Con lo poco amiga de agujas que soy aguanté estoicamente la operación, que fue gracias al hielo poco dolorosa.
- Jill te enseñará después los cuidados que debes darle. Conforme avances en tu entrega te iré premiando con adornos para mi disfrute. - Gracias Mi Ama… - dije casi en un murmullo. Aún no podía imaginar todas las posibilidades de juego que Helena podría dar a aquellos piercings. Con otro gesto puso a Jill a sus pies también y nos permitió adorar sus largas botas. Veía a Jill entregada y eso me picaba a lamer con más intensidad. Fueron unos momentos mágicos, donde sentí que pertenecía a alguien, que me cuidaría y que daría sentido a mi vida. Aquel sería el primer momento de muchos. ¡Que lejos quedaba aquel día que me acerqué al local de moda a curiosear!....

miércoles, 26 de marzo de 2008

Relato ganador del I Certamen de Relato BDSM celebrado en 'La Otra Barcelona'

Hace un tiempo le ofrecí este blog a una amiga para que se publicaran los relatos presentados en un certamen que se celebró en un sim de SecondLife® del que ella forma parte. Meses después, y antes de que se me olvide, los publico.

Son relatos semi-eróticos y forman parte del mundo sadomasoquista. El que aquí sigue es el primer premio.
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Relato ganador del I CERTAMEN “PREMIO “LOB” DE RELATO BDSM”

Autor: Cool Vella

Una noche más... una historia diferente.

La lluvia caía, despacio… como acariciando…

La calle solitaria, de portales oscuros, sin escaparates… todo invitaba a la melancolía, a recordar, a añorar otros momentos…

Ella andaba despacio, como flotando, errante… completando, de forma casi perfecta una foto en blanco y negro, tal vez una postal navideña o un anuncio de cualquier producto sofisticado, “de marca”…

Era uno de esos días de finales de diciembre, navideño o no… ¿qué más da?...

Esbelta, espigada, morena, más atractiva que bella-pero sin duda bella-enfundada en una gabardina cruda o marfil-de corte sobrio, elegante, distinguido…-, zapatos de tacón negros al igual que sus medias de seda…

Media melena, al aire, sin nada que la protegiese de la lluvia… se sentía libre y las gotas que la resbalaban, goteando y corriéndole ya ligeramente la máscara de pestañas (“rimmel”), la hacía sentirse limpia, fresca, como renovada… le traía a la memoria otros días, otros tiempos… recuerdos de infancia, de adolescencia, de una primera juventud, de universidad, de fines de semana, de amigas y amigos… algunos “amigos”, algunos “amores”…

Paseaba sin rumbo ni compañía, dejándose bañar por aquella suave lluvia, sin que nada ni nadie la hiciera preocuparse, sin prestar atención al tiempo, sin noción de él… como en un “duermevela”…

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Aún enfadado, crispado, con el recuerdo de la discusión golpeando de forma constante sus sienes, como latiendo dentro de él, se precipitó escaleras abajo, recorrió el amplio portal y salió a la calle….

Sus pasos violentos resonaban en la desierta calle… crispados, “guerreros”, desahogando, en cada golpe, en cada pisada, en cada taconazo,… la rabia que siempre le quedaba dentro…

Circulaba sin rumbo, ciego, sin norte,… sólo quería alejarse, dejar atrás la discusión, no escuchar sus ecos que una y otra vez repetían, en su interior las frases más hirientes de uno y otro, olvidar las imágenes, esas caras como de infinito odio que ambos habían marcado…

De pronto, como despertando de una pesadilla, se encontró con la realidad… llovía suave pero constantemente, su jersey empapado pesaba de forma inusual y la humedad le transmitía cierta sensación de desasosiego… En su furia había caminado ciego sin percatarse de nada a su alrededor…

Ahora, más aplacado por la caminata a buen paso, la sensación de humedad que le calaba hasta los huesos y el tiempo transcurrido, fue consciente de la hora que era-casi las tres de la madrugada-, de donde estaba… en medio de una calle más, bastante lejos de su casa, oscura… solitaria, ¡ni un alma! y menos a aquellas horas y con aquella “jodida lluvia”… sólo, al fondo, una tenue luz…. ¡mejor caminar hacia ella!

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Despertó de aquella extraña sensación al son de una canción de Maná…”lo que no mata… me fortalece hoy…”, una de sus favoritas, del último CD… “soy combatiente… nadie me va a parar, soy combatiente… nada me va a parar…”

El sonido salía de un local próximo…”lo que no me mató, me fortaleció…” y, como poseída, de pronto sintió la necesidad de entrar… de seguir escuchando aquella música…

El local era un auténtico “antro”: oscuro, estrecho-se desarrollaba paralelo a una larga barra que acababa junto a la puerta de unos lavabos de higiene más que dudosa-, techos bajos, pintura grisácea-de origen o con el blanco sucio resultado del tiempo, el tabaco y la falta de limpieza- en las paredes, algún que otro poster anunciando actuaciones ya lejanas de grupos que, tal vez en su día, debieron despertar cierto interés…

Francamente, no invitaba a entrar y la “parroquia”, compuesta por dos individuos malencarados, peor vestidos y claramente “pasados de copas” que conversaban-discutían al extremo de la barra, junto a los aseos, desanimaba aún más. En el otro extremo y al otro lado de la barra, casi junto a la puerta de entrada al local, el dueño-barman-camarero, con cara de pocos amigos, alto, ancho, profundo-¡un auténtico coloso de más de cincuenta de edad y bastante más de cien de peso!-limpiaba distraídamente cuatro copas y maldecía (en silencio), mientras esperaba que los dos pesados habituales del fondo se cayeran de una vez inconscientes o se empujaran a ostias hasta la calle, ciegos por fin de alcohol y discusión de “altos y sonoros vuelos”…

La música seguía sonando, desgranando una a una las canciones, y en un último impulso, algo dubitativo, se animó a traspasar el umbral… con sigilo y se acomodó sobre un taburete junto al dueño. Una leve mirada de los dos borrachos que por un momento perdieron el hilo-si es que lo había- de su conversación, observándola con descaro libidinoso, seguido de dos susurros, sin duda procaces… y vuelta a lo suyo. ¡A esas horas y en ese estado la pasión y la lucidez van unidas!

-Buenas noches señorita, ¿desea tomar algo?, susurró el “coloso” con una voz extrañamente bella y una cortesía absolutamente inesperada…

-Un Jack Daniels, solo, con hielo, en vaso bajo y ancho, si es posible-respondió Silvia- con la voz aún más dulce y bella y el tono distinguido que, sin duda esta vez, era de esperar…

Ahora sonaba “Relax”… la última canción del CD… “busco el calor en los brazos de una gitana, pero al final… siempre llego solo a mi cama”… “no me voy a dar un tiro…”…. “lo voy a estallar todo esta noche, no quiero pensar…, no…”

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Pedro llegó taciturno a luz, era un local de aspecto sórdido, casi vacío, más bien estrecho… ¡en peores sitios había montado guardia, desvelado, a la angustia, al resquemor, que siempre, absolutamente siempre, le dejaban aquellas peleas!

-¡Mierda de música, joder!-pensó y tomó asiento en un taburete más bien cutre junto a una “pija” que pegaba allí lo que a un Cristo dos pistolas…

Quería beber, tranquilizarse, olvidar… amansar esa fiera que, al menos él, tenía dentro…

-Buenas noches caballero, ¿desea tomar algo?, repitió el “coloso” con el oficio de quien repite una y otra vez una letanía laica y etílica, de profesional correcto…

“Te amo con toda mi fe desmedida, te amo aunque estés compartida…” y una mierda, pensó Pedro, una mierda de canción chorra… ¡son todas unas zorras!

-Un Jack Daniels, solo, con hielo, si es posible en vaso bajo y ancho-solicitó Pedro- con la voz segura, autoritaria, sin duda algo alterada, como de ira contenida…

“No digas que no te amé…”… “pero hoy el sol ya está saliendo…. Y sé que tengo muchas alas pa volar…”…. “nada me puede derribar, sé que el viento va a soplar….”…. “y aunque te amé, yo ya me voy…”

-¡Son del mismo club!-escucho decir al camarero, con aire zumbón entre las estrofas…

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La morena de aspecto distinguido, con voz casi inaudible, volvió a pedir otra copa. Pedro observó que la “pija” le pegaba con sorbitos cortos, pero con decisión, a lo mismo que le pegaba él. ¡Tiene huevos la tía!, o se mama en dos minutos… ¡joder!

Curioso la observó, por los agitadores-invento absurdo- que formaban alineados sobre la barra, frente a ella, era ya la tercera copa la que estaba empezando… ¡Tiene aguante!... y, al fijarse en ella, le resultó familiar, conocida, la había visto, pero ¿dónde?...

Ella, tranquila, pegó dos sorbos a la copa, se arregló ligeramente el pelo, definitivamente estropeado por la lluvia, y mostrándole unos profundos y bellos ojos verdes, se incorporó y decidida avanzó hacia la puerta del fondo, seguramente a retocar su maquillaje que mostraba, también bastante a las claras, los efectos de la jodida lluvia… Algo en ella, el vago recuerdo, su femenino caminar, aquella imagen de niña bonita con maquillaje y rimmel “corridos”… o sus ojos… o lo inapropiado de su presencia en aquel tugurio… o todo, o nada… o vete tú a saber… le hizo sentir un calor por dentro que se unía al proporcionado por la copa… sentía un leve deseo morboso, oscuro, malvado,… bah, tonterías… el cabreo y la copa, olvídate joder…

La conocía, se repetía, y el recuerdo era reciente… a lo sumo una, dos semanas… pero ¿dónde podía coincidir con ella? Pedro tenía 27 años, recientemente cumplidos, era economista pero trabajaba de “puto cajero”, haciendo méritos, en una sucursal del Santander en un barrio de mala muerte… Sus clientas no vestían de marca, no eran así y ¡que cojones!, si hubiese una así… sabría nombre, dos apellidos, dirección, teléfono… y hasta el jodido número de cuenta-con sus veinte dígitos… jajjajjajja-. ¡No, no era de allí!

Pidió otra copa que le sirvieron casi en el momento que ella volvía sorprendentemente mejorada de su breve estancia en los “lujosos toiletes”…. Jajjajaj… Sus miradas se cruzaron y creyó notar en ella, la misma mirada de reconocimiento que había sentido él…

Volvió la cabeza, mostrándole su cuidada media melena, y volvió a centrarse en la copa que tenía frente a ella…

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Silvia estaba hastiada, cansada de una vida anodina de trabajo y trabajo. Si bien era cierto que gracias a ello tenía una vida sin sobresaltos, desahogada, con algún que otro capricho, con bastantes caprichos, ya tenía casi treinta y dos (los cumpliría en enero) y se aburría, se aburría enormemente… la mayoría de sus amigas, casi todas de la facultad de derecho, se habían casado y estaban en otra onda…. Quedaban las más sosas, las más aburridas, las más carcas, las más tontas…

Quería algo nuevo, algo que la excitara, algo que la removiera por dentro y por fuera, algo que la apasionara y la permitiera vivir, beberse la vida a golpes, a tragos profundos…

Y quien era aquel hombre, un poco más joven que ella que le sonaba familiar, ¿dónde le había visto? No era de su círculo habitual y, caramba, era algo rudo pero extraordinariamente atractivo a la vez, enérgico, viril… ¿sería dulce?-jajjajajjaj eso es un premio gordo- y, un premio gordo que hace aquí, tirado como una colilla, tirado como ella, más tarde de las tres de la madrugada en una “tasca-pub de mala muerte”…¡Joder! Formaban un “bonito” cuadro, dos borrachos junto a las letrinas-por si asalta el vómito-, dos desgraciados junto a la puerta-por si asalta la desesperación- y el mercader de alcohol como guardián del calabozo…. Jajajjajajaj… Sin duda, ya muchas copas, pensó, esbozando una amarga sonrisa apenas marcada…

De pronto, como en un fogonazo suave, recordó de que conocía a aquel hombre, estaba segura, sin duda alguna-aunque su aspecto era considerablemente más cuidado en aquella otra ocasión-ahora debía valorar si iniciaba una conversación o no con él, con ese u otro pretexto, se lanzaba en los brazos de los dos borrachos a los que sin duda se uniría el “coloso” o, sencillamente, terminaba su copa y volvía, otra vez más, a su aburrida, muy muy aburrida vida…

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Pedro rumiaba, en soledad, con la única compañía de su copa-había engullido nervioso a grandes tragos la segunda y ya había pedido la tercera, alcanzando en tiempo record a la morena-el desengaño, el fracaso de aquella relación que había durado más de año y medio y que hoy había muerto entre los últimos gritos e insultos de una serie que empezó hace más de medio año. El desacuerdo, en pequeños y grandes detalles era evidente, fallaron los detalles, falló la conversación, falló la convivencia y hasta el sexo. ¡Nada, absolutamente nada! se entendía correctamente por una u otra parte… primero incomprensión, luego “observaciones” cada vez con menor delicadeza, luego las discusiones, los gritos, las peleas, los insultos… algunas reconciliaciones rápidas, hasta bellas, al principio… después cada vez más lentas y, por último un infierno sin perdón, sin cuartel, sin amor, cariño, ni respeto…

Pero estaba decidido, estaba muerto y tan solo faltaba el trámite del acta de defunción… triste y a la vez liberador…

Uff, al fin libre… y tomó otro trago, esta vez más pausado…

-Perdona, escuchó-era la morena, de cerca rabiosamente atractiva- que se dirigía a él. Su voz era especialmente dulce, bella y distinguida…

-Perdona, insistió, ¿No frecuentarás o has estado en alguna ocasión últimamente en BlackRedRose?¿Conoces la tienda?¿Sabes de qué te hablo?

Por supuesto que conocía la tienda, toda una referencia en la estética BDSM, lencería de altísima calidad, juguetes,… incluso literatura especializada… asombrosamente cara, pero sin que pudiera defraudar las expectativas en lo más mínimo…

-Sí la conozco y, hombre, frecuentarla, tal vez no, pero sí he estado en diversas ocasiones y recientemente también. ¿Por qué lo preguntas?

-Antes, cuando te vi entrar, creí reconocerte, tu cara me sonaba un montón pero, francamente, no sabía porque. Del trabajo-no, del barrio-tampoco,… y, de pronto, lo recordé… el miércoles pasado, en el departamento de lencería femenina de BlackRedRose, buscando, junto a mí… tal vez un poco ansioso, ¿no?

Estas últimas palabras las pronuncio esbozando un ligera sonrisa… ¿algo cómplice?-pensó Pedro- que la mostraban aún más atractiva, extremadamente deseable…. ¿o era el exceso de Jack Daniels?

-Sí, contesto Pedro, ahora más tranquilo, como amansado, buscaba algo bonito, algo delicado y elegante para la “zorra” con la que llevo viviendo casi dos años y con la que ¡por fin!, hoy, acabo de romper. Ya ves, a veces, esforzarse, querer, intentar agradar… es inútil…

-Vaya, siento oírte eso-respondió Silvia, un poco turbada por el tono y aspecto, otra vez ásperos, de su interlocutor-. Yo simplemente curioseaba, no era la primera vez claro, pero, al final, casi nunca me animo… Oh, son cosas preciosas, realmente de esas con las que todas de alguna forma, no sé, soñamos… tal vez en nuestras fantasías… pero, bueno, debo parecerte estúpida… nunca me acabo de animar…

(¿Qué le estaba pasando?¿Por qué ese envaramiento al hablar?¿Por qué esa turbación, ese “casi” tartamudeo…? Ella era una mujer segura, decidida, sin complejos,… ¿qué le pasaba ante aquel hombre? Era aquella mirada intensa y profunda, aquella actitud extremadamente resuelta, con notas de cierto autoritarismo, aquella sensación de dominio que, casi imperceptiblemente, le transmitía… no, no le transmitía miedo; muy al contrario, le atraía, le gustaba sentirse como de alguna forma dominada por él… y eso era más extraño porque-además- él, si no mucho, si que parecía al menos tres o cuatro años menor que ella….)

Se produjo un silencio algo incómodo, estaban callados y mirándose fijamente a los ojos. Ambos, como orquestados en una coreografía extensamente ensayada, se volvieron hacia sus vasos y, casi a la vez, saborearon otro sorbo aspero-amargo de sus bebidas…

-Y, si casi nunca te animas a comprar-habló Pedro, rompiendo el incómodo silencio- ¿Qué haces allí? Supongo que sabes que se trata de una tienda especializada en BDSM…

-Oh, por supuesto… En realidad no me explique bien. Lo que casi nunca, bueno tan solo una vez-para ser exactos-, he comprado ha sido la lencería tan preciosa que allí se puede encontrar. Mucho menos la ropa de fantasía y temática BDSM, aunque tengo que reconocer que ganas, más de una vez, no me han faltado. Pero el mundo BDSM, aunque nunca lo he explorado en la práctica, me atrae, me tienta, excita mi curiosidad y, tal vez, algo más que mi curiosidad. Esa tienda es también una librería especializada bastante surtida y, en ese apartado, creo que sí soy una buena clienta… casi se podría decir que soy una aficionada “teórica” de nivel del BDSM…

-Curioso, respondió Pedro. Por cierto, perdona mi deplorable comportamiento, ni siquiera me he presentado. Me llamo Pedro, Pedro Alcorta, economista pero “puto cajero”, por ahora, de una “puta sucursal” del “jodio Santander”… Como ves, todo un “partido”… jajajjajj

-Silvia Mazas, abogada y por fin asociada, desde hace sólo dos meses, de uno de los bufetes de prestigio de esta ciudad… Tranquilo, todo llega Pedro, con trabajo y ganas… todo llega… ¡aunque la espera, a veces, se haga eterna!

-Curioso, insistió de nuevo Pedro, que te hayas conformado con un conocimiento teórico del BDSM. Debes de ser una especie de erudita de unos conocimientos no practicados. Tu problema, Silvia, es que ni no has practicado el BDSM, sea en la variante que elijas y, desde luego, con los límites que marques… no has podido entender nada. Esta práctica no es una mera liturgia, aunque la tenga y, en ocasiones, muy marcada, hueca y sin sentido… es una forma de sentir, de amar, de compartir, de experimentar… en definitiva, de vivir…

Silvia se sentía como arrebatada por aquel hombre. Deseo que la dominase, quería entregarse a él y no sabía porque. Quería que la guiara por aquellos parajes, explorando de su mano lo que tantas veces había anhelado… No sabía explicar estos sentimientos, estos impulsos que deseaba y a la vez temía y, sobre todo, no sabía cómo decirlo, cómo explicarlo, cómo pedirlo…

-Deseas probarlo, ¿verdad?... quieres que te someta, ¿no es así?

Silvia escuchaba a Pedro como paralizada. Solo oírle le había excitado terriblemente. ¡Sí! Lo deseaba… lo deseaba como nada, como nunca…

-Entiendo que tu silencio es tu consentimiento… Eres una “erudita” o, al menos, eso das a entender y no tengo porque dudarlo. No perderé el tiempo en comentarte pormenores innecesarios, sólo fijaremos la palabra clave que marcara nuestros límites y que será, para ambos, la palabra “CALMA”. Ahora vas a conocer de verdad lo que es el BDSM, de la mano de tu Amo y Maestro que, desde este instante, voy a ser yo… aprenderás más tan solo en esta noche que en todas las horas que has dedicado a curiosear en tus libros… Eres sumisa, lo noto en tu forma de hablar, de comentar, en la forma en que te turbo… y ahora mismo empezarás a disfrutar la humillación que tanto deseas, que tanto has estado esperando, sin atreverte a dar el paso… tal vez porque nadie supo darte el primer empujón…

-Si mi Amo-exclamó Silvia… Estas palabras brotaron de su boca como dichas por otra persona. Había escuchado a su Amo (¡por Dios!¿Su Amo?... ¡qué locura!), como congelada, aterrada casi, deseando salir corriendo y sin poderse mover. Había querido contradecir, frenar, parar a aquel hombre pero, en cambio, se quedó escuchando, casi asintiendo y-esto era lo que más le avergonzaba- sintiéndose húmeda, excitada por sus palabras… sería lo que él quisiera, haría lo que él ordenase…

-Escucha, atiende, quiero que me obedezcas con precisión, quiero que te quites las bragas aquí mismo y me las entregues poniéndolas sobre la barra.

Silvia se sintió enrojecer por momentos. ¿Qué le estaba pidiendo?¿Cómo se atrevía? No la conocía en absoluto. Lo que la pedía era extremadamente humillante en cualquier situación pero, en aquella, en aquel sórdido lugar, con aquellos borrachos…

Su mirada quedó enfrentada a la de él y, en ese momento, se sintió irremisiblemente abocada a obedecerle a hacer su voluntad… Se giró en su taburete de forma que quedaba enfrentada a él y así, de alguna forma, el cuerpo de su Amo (¡por Dios!¿Su Amo?... ¡qué locura!) la protegía de las miradas indiscretas de los dos borrachos del fondo. Del “coloso” habría de protegerse ella. Abrió su gabardina mostrando, a los ojos de Pedro, una blusa blanca semitransparente que dejaban vislumbrar dos preciosos pechos (expuestos, sin sujetador que los cubriera) y una falda negra, por fortuna para ella plisada, que terminaba por encima de las rodillas… Con discreción introdujo sus manos bajo la falda (él la miraba fijamente y con detalle, también girado hacia ella, y eso hacía la situación más embarazosa, si cabía, y humillante) y con un hábil movimiento bajo su tanga negro (delicado, elegante y sin duda costoso) hasta asomar ligeramente bajo la falda y por encima de las rodillas. Luego, lo más fácil, discretamente y fingiendo arreglarse la falda bajó su prenda hasta los pies y la recogió en su mano izquierda, oculta al fin en su puño. Miró, aún enormemente sonrojada, con disimulo, a los tres hombres que, al parecer, permanecían ajenos a sus maniobras. Por último, lo más delicado… acercó su mano a las de Pedro y extendió su mano izquierda dejando, frente a él y sobre la barra, su prenda íntima.

Pedro, con descaro, recogió la prenda íntima, la extendió ligeramente ante él, observándola con detenimiento y se la acercó a su rostro oliendo su aroma. Hecho esto la guardó en uno de los bolsillos de su pantalón. La maniobra hizo que el dueño del local mirara algo extrañado, sin comprender muy bien de donde había salido aquello ni qué coño pasaba, y que Silvia pasara del rubor al rojo carmesí. Se sentía humillada, expuesta, casi como una zorra barata que va sin bragas para ahorrar tiempo y molestias. ¡Dios, quería morirse! o despertar de aquella pesadilla…

-Atiende, dijo Pedro, vamos a proseguir con tu adiestramiento y doma como puta esclava sumisa. A partir de ahora, aunque veo que ya lo haces, te dirigirás a mí como “Amo”. Dirás… ¿Qué desea mi Amo?¿Le satisface a mi Amo?¿Qué puedo hacer por mi Amo?... en definitiva, considérate como una mera posesión, un objeto, a lo sumo un animal… Tu cara, tus ojos, tu boca, tus tetas, tu coño, tu culo, tu pelo,… todo tu cuerpo, toda tú-si eres algo más que cuerpo-eres mía. Olvida tus deseos, tu opinión, tus posesiones,… todo eso se acabó hace un rato cuando me adueñé de ti… Por supuesto harás lo que te diga conmigo o con las personas, animales o cosas que te diga. Nada será demasiado doloroso, demasiado desagradable, demasiado obsceno o vicioso… ¿Queda claro?¿Lo has entendido puta?¡Responde!

-Sí Amo, lo he entendido perfectamente Amo, respondió Silvia

-Bien, continuo Pedro, ahora me levantaré e iré hacia los aseos. Quiero que me sigas, no seré yo quien te siga a ti, si no tú a mí, siguiendo mis pasos… ¿Te ha quedado claro?

-Sí mi Señor

De inmediato Pedro actuó como había indicado y Silvia le siguió cumpliendo sus órdenes y, ante la extrañeza de “parroquianos” y dueño, ambos se introdujeron en los destartalados aseos.

El lugar, como ya sabía Silvia, no podía ser mas grotesco y nauseabundo. Un “retrete”, de los de cisterna alta, una cadena que colgaba de ella, un lavabo y un desconchado espejo. La iluminación lógicamente escasa y la limpieza a juego con ella. Multitud de grafitis de temática erótico-chusca-sexual decoraban los azulejos.

Pedro se sentó sobre la tapa del “retrete” y la hizo arrodillarse frente a él.

-¡Ven!, dijo Pedro, me harás una mamada, ¡acércate!... o mejor dicho… me follaré esa boca tan dulce y cuidada.

-Silvia, quítate la gabardina… estarás más cómoda. Obedeció sin protestar y dejo la prenda, cuidadosamente doblada, en el toallero. Ahora su blusa blanca traslucía sin lugar a dudas su hermosa silueta, mostrando casi a las claras sus bonitas tetas… un latigazo en la entrepierna de Pedro se dejo sentir con inusitada violencia.

La hizo arrodillarse frente a él y, poco a poco, empezó a soltar, ante su absoluta pasividad, uno a uno, despacio, los botones de su blusa que, una vez liberada deslizó desde sus hombros recorriendo su espalda y cayendo al suelo, hasta que se mostró espléndida ante él… la observó con descaro,… con satisfacción… ¡Qué buena estás¡-no pudo reprimir la exclamación…

Pedro decidió centrarse en sus pechos, quería tocarlos, acariciarlos, sobarlos,… Ante él sus dos tetas se ofrecieron espléndidas, dulces y duras al tacto… en su punto, sus pezones, rodeados de una aureola absolutamente rosa, prometían dar mucho juego. Empezó a acariciar sus copas desde abajo hacia arriba con mucha suavidad, muy despacio… entreteniéndome a ratos en sus pezones. La hizó abrir la boca (lo aceptó con una sumisión sorprendente) y humedeció en ella sus yemas. Con ellas acarició, ahora con mayor detenimiento e intensidad, sus pezones, a ratos y a la vez, entreteniendo en esta maniobra sus dedos índice y pulgar. Podía sentir su piel erizada, el aroma de su perfume más profundo (activado por su incipiente sudoración), sus pezones cada vez más endurecidos…

Pedro se quitó su cinturón y con él le amarró fuertemente las muñecas a la espalda. Así aún parecía más frágil, y sacó su polla, mansa, colgante-aún no se sentía excitado-. ¡Empieza puta!, la dijo con autoridad… Ella empezó a lamer cuidadosamente su aparato, entreteniéndose de forma eficaz en su glande. También lamía sus testículos y frotaba sus tetas, ofreciéndose entera a él. Seguía este proceso metódicamente, como era ella en todo, pero, lógicamente, sin pasión-absolutamente humillada, dolorosamente hundida (¡Tener que hacer aquello con un desconocido que últimamente se comportaba como un zafio, como un guarro repugnante!, en aquel sórdido lugar… pero, ¿tenía alternativa?... sí, bastaba con pronunciar “CALMA” y todo cesaría, pero algo fuerte e intenso en su interior, mezcla de dolor y placer, de humillación y victoria, la impulsaba a consentir y esperar que todo esto cesara). Pedro empezaba a mostrar una erección considerable, más que considerable se diría, y, de pronto agarro el pelo de Silvia por la nuca, y, sin previo aviso, hundió su polla hasta el fondo… Ella sintió una enorme arcada y él, sin la más mínima compasión, empezó a bombear en su boca, con intensidad, con fuerza, con rabia… se notaba que disfrutaba enormemente humillándola así, utilizándola como un estercolero, masturbándose en su boca… ¡Dios!, como lo hace la muy puta. ¿Dónde habrá aprendido doña Silvia a mamarla así?... jejejejje… la voy a pelar las encías a la muy zorra… esto es lo que les pasa a las niñatas engreídas… jejejeje… ¡Cómo me gusta, joder! Ahora se lo traga todo doña Silvia, ya verás,…

Llevaba ya más de diez minutos de mamada y Silvia a duras penas conseguía respirar, jadeaba y en su cara no podía disimular una marcada mueca de asco… deseaba con todas sus ganas que Pedro se corriera de una vez. Al fin sucedió, acompañado de varios y sonoros, demasiado sonoros para su gusto y la situación, alaridos, se corrió como un animal, llenando la boca de Silvia con su semen que chorreaba, cayendo algunas gotas sobre sus tetas… ¡Trágatelo todo puta!¡Todo!... Silvia se esforzaba, pero algunas gotas escapaban… ¿Te ha gustado?¡Responde!... Síeee, Mammo (con la polla dentro no podía hablar correctamente). Ah, te la sacaré. ¡Di!... Sí mi Amo me ha gustado enormemente. ¡Vale! Ahora limpia mi polla con cuidado y lame las gotas derramadas en tus tetas… Así, así, perfecto, zorra.

Silvia estaba sentada en el suelo, sólo llevaba puesta la falda, las medias y los zapatos. Su cara era un poema: el rímel corrido, algo de semen reseco chorreaba de su boca, y la pintura de labios absolutamente esparcida. Se la notaba agotada, humillada, vencida… ¡Qué diferente a la orgullosa “pija” que Pedro vio al entrar en aquel antro! ¡Cómo pueden cambiar las situaciones!...

Aún no amanecía… y esto no había hecho más que empezar… Ahora quería ensañarme un poco con ella-pensó Pedro-. Que fuera consciente de su derrota, de su precaria situación, del calvario que, sin duda, la esperaba durante este largo, larguísimo, periodo de adiestramiento. Esto la haría más sumisa, más entregada, más obediente y, por supuesto, más miedosa y temerosa del posible castigo…

-¿Cómo te sientes Silvia?¿Lo estás pasando bien?-le dijo con una sonrisa sarcástica iluminando su cara-¿Imaginas las sorpresas que aún te aguardan? Me gusta que seas obediente y no haya sido preciso castigarte…

Ella levantó la mirada, su collar y pendientes de perlas como única indumentaria que cubriera su torso,… ¿Por qué te has ensañado así conmigo, mi Señor?¿Qué os hice?...

Pedro, sin contestarla, liberó sus muñecas del cinturón que las aprisionaba. ¡Levántate y vístete!, espetó.

Silvia se incorporó como empujada por un resorte. El miedo, casi el pánico, se reflejaba en sus ojos ante la sola presencia de Pedro junto a ella. El trabajo que le había propinado, usada-como forzada o violada brutalmente, sin el menor cariño, sin ningún respeto-había dejado sin duda una profunda huella, psicológica más que física, en ella-estaba sumida en una profunda contradicción interna. Se puso la blusa y se cubrió con la gabardina, como una autómata. Abrió la puerta y se acerco caminando, por delante de Pedro, y ante las miradas atónitas de los dos borrachos al umbral de la puerta de salida. Se mostraba algo maltrecha pero absolutamente espléndida, ¡Qué cara!¡Qué ojos!¡Qué melena!¡Qué cuerpo!¡Qué forma de caminar, de moverse! Esta mujer, aún en esta situación, parecía una diosa… una diosa caída, prisionera, sometida,… pero una diosa.

Pedro se acercó al dueño que aún no sabía como reaccionar-él, sereno, lo había oído todo y aún sentía una mezcla morbosa de estupor y asombro- y le pidió la cuenta. El “coloso” al fin optó por lo más sencillo: cobrar y callar.

Pedro se acercó a Silvia, la rodeó afablemente con el brazo que arropó sus hombros y, con un gesto de enorme dulzura, besó su frente, sus parpados, sus labios… Ella dejó resbalar dos enormes lágrimas…

Amanecía y ya no llovía. Pedro deslizó una nota de papel con su número de teléfono en uno de los bolsillos de la gabardina de ella… Se despidieron, casi como dos extraños,…

Del local aún salía la música de Maná, del mismo CD que había estado escuchando, una y otra vez durante toda la noche: …”lo que no mata… me fortalece hoy…”, … “soy combatiente… nadie me va a parar, soy combatiente… nada me va a parar…”

Seguía repitiendo…”lo que no me mató, me fortaleció…” y, como poseída, de pronto sintió tarareando la aquella música, aquella canción, que, ahora había cobrado un nuevo significado…

De pronto recordó algunas de las primeras palabras de Pedro: “Ahora vas a conocer de verdad lo que es el BDSM, de la mano de tu Amo y Maestro que, desde este instante, voy a ser yo… aprenderás más tan solo en esta noche que en todas las horas que has dedicado a curiosear en tus libros…”

Sí quería que fuera su Amo, su Maestro… se había corrido como una loca, aún en aquella situación…

Le llamaría, deseaba estar con él, explorar con él, gozar y sufrir con él… ser de él……”lo que no me mató, me fortaleció…”

sábado, 15 de marzo de 2008

Menorca en primavera

Otra vez en Menorca, y además, el tiempo me ha acompañado esta vez... El sol brilla y hace que apetezca coger la bici e ir a pedalear, o ir a pasear entre "tanques" (esto leido en catalán) y cerca de la costa, hacer fotos, tumbarse a leer sobre las rocas y escuchar el sonido de las olas. Tan buen tiempo hace que no pude evitar zambullirme en el mar. Salí, por supuesto, escopeteado. El tiempo invitaba, pero el agua no. Así que me volví a tumbar y seguí leyendo, hasta que me quedé medio dormido con tanta tranquilidad. Luego, de vuelta a casa, ví a las vacas lamiéndose entre ellas, las ovejas medio escondidas entrela hierba, bichos revoloteando por todos lados... El campo está verde, el cielo azul, se huele en el aire el tiempo... y sonrío. La primavera está aquí.

Una vez en casa, me siento tan relajado que me apetece cocinar. Me meto entre fogones e innovo, busco recetas por internet y adelante. Por ahora no he envenenado a nadie, y tampoco recibí quejas. Pero mientras escribo esto, se me ha estado medio quemando un pudin de queso en el horno... Así que marcho, sino nos quedamos sin postre.

martes, 11 de marzo de 2008

After the nineth ;)

|ô ô|


Ista ista ista,
Espanya és socialista!!




^^

sábado, 8 de marzo de 2008

No te levantes...

Bésame, y quédate conmigo, hazme desear seguir vivo, que esta noche no sea, como tantas otras, la última, que no muera en el intento, que el que espera desespera y yo estoy muriéndome de amor, que el calor de tu cuerpo no es mayor que el mío, que si no estás me falta tu pasión...
Bésame, y quédate conmigo, olvidemos el mundo y el tiempo, y follemos, olvidemos a la humanidad, solos tú y yo...
Bésame, y no te vayas esta vez.

viernes, 7 de marzo de 2008

El diario de Rikku y de Joccie

He empezado un nuevo blog, que no tiene nada que ver con este, pero me gustaría invitaros a pasaros por ahí aunque sea sólo una vez =)

Dentro de SecondLife, a parte de tener a mi propio avatar, hace unos meses creé otro, que uso menos pero que de vez en cuando también uso. Es el avatar de un niño de 4 años, que habla inglés, a su manera, y con el que pretendo hacer todo aquello que los adultos se supone que no podemos hacer... Ese avatar niño se llama Joccie Lovenkraft. Hace unos días, él y su hermana Rikku fueron adoptados, y la famlia no sólo creció con ellos, sino que hay mucho más... pero eso dejaré que os lo cuenten ellos, ya que es su vida =)

Rikku & Joccie Diaries (clic encima para ir a su blog).

Estos dos son ellos:



En ese blog escriben los dos, la idea es ir recopilando ahí algunas de las actividades que van haciendo los dos pequeños. Está escrito en inglés, pero no inglés bien escrito, sino que inglés que uno espera leer de unos niños pequeños...

Espero que lo disfrutéis tanto como yo haciéndolo =D